Hernán Vanoli escribe en La Maquiladora acerca de la nueva ley del libro, que crea un Instituto del Libro bastante calcado del INCAA, que tanto bien l ha hecho a los bolsillos de productoras amigas que cobraron subsidios por películas que jamás se filmaron, y a todos los productores, directores, periodistas, funcionarios, primos, ahijados y favorecidos que se suben seguido a aviones que los pasean por festivales a pura lentejuela. Este post es un remix de mi comentario a ese texto de Hernán, con el que estoy en muchas cosas de acuerdo.
El "problema del libro" tiene muchas caras, pero una diferencia fundamental con el cine - o en todo caso algo que aprender de ese ejemplo. Del precio de tapa, al menos un 40% se va al canal de distribución. Producir un ejemplar, hoy por hoy, no es lo que frena la edición - por lo menos no de editoriales chicas que no compran derechos de afuera o pagana delantos a autores grandes. Hay editoriales (como El fin de la noche con la impresión digital sobre demanda, como los varios talleres que están produciendo libros artesanales de a 12, de a 40, de a 10) que resuelven el tema con tiradas microscópicas, otras que trabajan volúmenes mayores pero de todas formas modestos, etc. Diagramar hoy se hace en una PC común y silvestre, y hasta en la impresora de casa con un poco de cartón, plasticola, una guillotina (o trincheta y maña) y una prensa de matambre puedo fabricar ejemplares si quiero. O sacarlo digital, como Tangos chilangos.
Pero supongamos que tengo mis ejemplares, que los pude pagar, que ya están hechos y no me fundí. ¿Qué corno hago con 50 cajas de libros en el fondo de casa? ¿Cómo hago para que eso llegue a los lectores? El problema de la mayoría de las editoriales pequeñas hoy no es que no fabriquen ejemplares, sino que esos ejemplares no están casi en ninguna parte. El problema, más que la producción, es la distribución: el libro es libro cuando se lee, no cuando se imprime. La literatura no necesita convertirse en papeles manchados, necesita evaporarse y reconstituirse dentro de la cabeza del lector.
El cine tiene costos de producción mucho mayores por requisitos técnicos obvios, y un sistema de distribución más caro y manejado por pulpos más grandes y jodidos que las librerías. El INCAA responde financiando películas que después no ve nadie, que se pudren en una pantallita del Tita Merello, que son vistas por 50 personas, que pasean por festivales chicos y que hasta ganan premios pero que acá no salen de la gente del palo.
Del otro lado, hoy leí un informe sobre la industria editorial mexicana: el 75% de la producción de libros del país la compra el Estado (mayormente para las escuelas). Pocas editoriales enormes, híper concentradas. Tiradas gigantescas. Todos producen y viven para el sistema - de hecho, esto reproduce la lógica del sistema literario mexicano, históricamente acomodaticio y becado y para los amigos (siempre hay administradores deseosos del asunto, por ejemplo Octavio Paz en su momento).
En el espíritu de Vanoli, mi propuesta: ¿por qué no armar en vez de esos dos modelos una red de librerías públicas, por ejemplo como anexos a las bibliotecas, en la que se distribuyan sin papeleos restrictivos ni volúmenes mínimos los libros de las editoriales independientes con un porcentaje de descuento del 0%? Centros que reciben y distribuyen ejemplares en consignación, lugares de exhibición simples, rincones en reparticiones públicas, locales en desuso, kiosquitos de Eudeba reciclados, lo que sea. Los libros de todas las editoriales que quieran estar están ahí, quien quiere buscarlos tiene una FLIA permanente y federal. Uno lleva sus ejemplares a la "librería" de su ciudad/provincia, que a través de una red federal de distribución los reparte en todos los demás puntos de venta del sistema. El estado mantiene el canal y la distribución para que esos libros lleguen, para que los libros puedan estar.
No es caro, no es difícil, va al problema real y no al que se resuelve con guita (si un subsidio banca la producción del libro, ¿quién lo reparte, dónde se vende, quién se morfa el descuento?). No reparte tortas. Va al corazón del problema, a la distribución accesible para un editor que no tiene ni la infraestructura para patear librerías y perseguir consignaciones ni el capital para ceder en descuentos (la producción de tiradas bajas da costos más altos por ejemplar, lo que termina en libros más caros a los que el 40% del canal de librerías deja más allá del bolsillo).
Después vemos cómo definimos el juego y cómo arreglamos con las librerías - de hecho, una forma de hacer esto también sería tener áreas de distribución subsidiada en las librerías, algo como el programa Opción Libros pero permanente y de verdad, con un catálogo grande y abierto. Si el mercado es un presupuesto, creemos un mercado con reglas distintas, abramos el juego que ya existe.
Digo, es una idea nomás. Que nunca vamos a ver concretada. Pero no estaría nada mal, ¿no?
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1 comentario:
Y, media pila, Toledo, que un cachito de nombre tenés, o alguna punta, y este sería mejor legado que cualquier libro...
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