4.6.06

No hay bombo como el autobombo

En Argentina tiene tradición el bombo pampeano del malambo, el bombo legüero de la baguala, el bombo y platillo de la murga, el bombo golpeado con manguera de los actos peronistas, pero al parecer el bombo con más arraigo en la intelligentsia culturosa es el autobombo. Y el suplemento de Cultura del diario Perfil nos regaló, en el último mes y pico, dos perlas que son casi gemelas.

Hace unas semanas, la nota de tapa era la vigencia de Shakespeare. La nota alusiva iba acompañada de un par de columnas "de opinión personal" de personajes relacionados con el teatro, entre ellos el inefable y multicelebrado Rafael Spregelbrud (¿o Spregelburd?). En un comentario de 20 centímetros de texto, dedicaba 2 a declararse ignorante (por no saber, por no interesarse) sobre la obra del Bardo inglés, y los otros 18 a cantar una oda a sí mismo en la que explicaba el por qué de su ignorancia bifaz: en su casa de la infancia, un tío había dejado libros de Beckett, Ionesco & co. y para él "el teatro se escribía raro". 18 centímetros convirtiendo su desconocimiento shakespereano en la virtud de su modernidad teatral, y una oportunidad desperdiciada para decir algo sobre Shakespeare (o, por parte del responsable de la página, para poner alguna opinión de alguien que efectivamente tuviera algo que decir al respecto).

Hoy, otra dosis de lo mismo. Nota sobre el primer aniversario de la muerte de la publicación de Trabajos, el libro que reúne los artículos que Juan José Saer publicó en diarios y periódicos diversos. Conviene aclarar que quien escribe estas líneas cree fervientemente que cualquier palabra escrita por Saer es una emanación misma de la divinidad y que sus libros merecen el tratamiento que se le reserva al Corán o a la Torah. Hecha esta aclaración, me siento en libertad de decir que la nota de Juan Terranova es despreciable, sus comentarios tienen la agudeza de un cuchillo para untar paté, sus argumentos son más inverosímiles que la Gorda Matosas liderando cartel en una revista de la calle Corrientes, sus supuestas revelaciones sobre la literatura son falsas como un billete de tres pesos con diecisiete centavos, y que en términos generales el artículo no pasa de ser un opúsculo (un opus que salió para el culo). "La negación de la vulgaridad como un elemento literario y la condena de los instintos narrativos más básicos hacen de Saer un escritor antidemocrático": si existe un museo universal de la estupidez literaria, esta frase la pueden grabar en los mármoles de la entrada para que todos sepan de qué la va la colección estable.

Pero el segundo ejemplo no está en el cuerpo de la nota, si no en un elemento (si cabe) incluso más inexplicable. Hernán Arias hace un comentario del libro bastante más criterioso y aceptable que el exabrupto inane de Terranova, y Florencia Abbate hace comentarios que no pecan de originales pero ponen los puntos sobre las íes. Lo que se entiende aún menos que el artículo principal es la irrupción de otro autobombo de calaña incluso más cuestionable que el de Spregelbrud: Washington Cucurto se despacha con un texto que comienza diciendo "De Juan José Saer leí inicios de novelas y nunca pude continuarlas". A confesión de parte, relevo de pruebas. El resto del ¿comentario? es, oh coincidencia, otra oda a "un lector disparatado y sexual como soy yo" en la que Cucurto por lo menos hace alguna alusión de carambola a Saer diciendo que su obra le llegó por las referencias en otros escritores, y reconoce por lo menos que "el tipo la debe dibujar", que "le tiene gran cariño (...) como a mi tío de Tucumán" por haber apoyado un pedido por la libertad de Paco Urondo, y desea que "ojalá la vida me acerque a él". Qué banana, qué pibe banana este Cucurto, disparatado, sexual, que sólo se deja atraer por "cosas delirantes en las que el sexo chorrea por todos lados" y que tiene amigos que le contaron de qué se trata, incluso con la ventaja de que en alguna de las novelas hay un negro llamado Washington. Qué genial, qué sexual, qué banana, Cucurto. Otro autobombo, aunque por lo menos éste gira alrededor del tema y efectivamente ofrece un comentario (asaz innecesario, pero comentario al fin) sobre el tema en cuestión: un soneto al lado del canto general de la oda a mí mismo de Spregelbrud, pero la diferencia está más en el grado que en la calidad del acto.

La pregunta, puntualmente, es la siguiente: ¿era necesario? Digo, el suplemento de Perfil es de los más legibles en oferta... ¿pero hacía falta dejar que dos papanatas opinaran sobre temas que evidentemente les quedaban grandes y aprovecharan la excusa para hacerse los piolas? ¿Será esa la forma de hacerse ver, considerando que los que escribieron esos comentarios son dos personajes reconocidos en ciertos arrabales de sus respectivos mundillos? ¿Intuirán estos dos muchachos una verdad del autobombismo que no se revela a quien suscribe?
¿Habrá que imitarlos, nomás? Quilosá...

No hay comentarios.: