22.4.11

¿Las palabras discriminan?

Publiqué esta nota en la revista Newsweek en 2009, a partir de una campaña de difusión del INADI que tenía frases como "Son todos negros" y abajo el slogan "Las palabras discriminan". Ahora que está en cierto candelero el tema de la agresión/discriminación verbal, los contextos y las respuestas, aquí va de nuevo la nota. Debajo, el desgrabado con las declaraciones de la entonces titular del INADI y una lingüista que quedaron fuera de la nota por cuestiones de espacio.


El 14 de agosto el Inadi lanzó la campaña de prevención “Las palabras discriminan, no discrimines”. La campaña se desarrollará a lo largo de dos meses con carteles en transporte y vía pública, además de talleres en escuelas de todo el país y un trabajo conjunto con el Foro de la Discriminación en los Medios que culminará con la confección de manuales de estilo para periodistas para un tratamiento no discriminatorio de grupos vulnerabilizados.
¿Pero hasta qué punto es correcto afirmar que las palabras discriminan? ¿La discriminación se halla en ciertas expresiones, o éstas son emergentes de ideas que en cualquier otra formulación pueden ser igual de agresivas?
María José Lubertino, titular del INADI, limita el alcance de la consigna: “Las palabras no discriminan, las personas discriminan. Técnicamente no es correcto porque la frase en sí misma no priva de un derecho. Pero las palabras tienen poder en la construcción de imaginarios y de prácticas, no son neutras. Estas palabras construyen o reproducen en el lenguaje cotidiano los estereotipos que después degeneran en situaciones de violencia o de actos discriminatorios concretos. Algo puede ser dicho por error o ignorancia en algunos contextos, pero hay frases que no dan lugar a pensar que su utilización no sea descalificante y prejuiciosa.”
Para María del Carmen Grillo, docente investigadora de la Universidad Austral, licenciada en Letras y doctora en Comunicación, “todos coincidimos con que eso está mal, son términos despectivos y peyorativos, pero hay enclaves menos advertidos y más naturalizados que están tramitando prejuicios en otro nivel. Lo que habría que analizar son los presupuestos y los implícitos, no de palabras sueltas, sino de palabras puestas en encadenamientos. Estalla la Embajada de Israel y se habla de ‘víctimas inocentes’: la oposición y la diferencia están implícitos, porque si hay inocentes hay culpables, y eso me parece más temible”.
¿Viviríamos en un mundo mejor si elimináramos ciertas palabras? “Si se eliminan los términos está más limpito todo, pero algo se va a poner en ese lugar,” dice Grillo. Steven Pinker, el autor de “El instinto del lenguaje”, llama “la rueda del eufemismo” al proceso por el que los eufemismos absorben las connotaciones de las palabras que reemplazaban: “mover el vientre” e “ir de cuerpo” resultan hoy tan revulsivas como dentro de unos años lo será nuestro “tránsito lento”. La manía estadounidense de generar eufemismos no parece haber evitado que en estas elecciones muchos votantes rechacen visceralmente a un candidato negro (perdón, afroamericano).
Pero, como señala Lubertino, “en muchos casos es imprescindible el reemplazo de un término por otro cuando los colectivos han manifestado que no les da lo mismo”. La evolución de “sidoso” a “portador de SIDA” a “persona que vive con VIH” no es un mero reemplazo de términos sino un reconocimiento a la sensibilidad del grupo y a su propia elaboración teórica, al igual que el uso de “pueblos originarios” en lugar de “aborígenes” o “indios”. 


Lubertino
Nosotros trabajamos con denuncias y atendemos a las víctimas cuando hay una situación concreta con una persona que comete un acto discriminatorio identificado y que implica un cercenamiento de un derecho o la exclusión de un bien o un servicio para la persona que en base al estereotipo es excluida. Recibimos permanentemente llamadas y denuncias por situaciones que no tienen entidad de acto discriminatorio, porque no implican la privación de un derecho, pero sí un hostigamiento, maltrato sistemático en lugar de trabajo, en escuelas o situaciones de vida cotidiana y de calle.
Tomamos frases estereotipantes e injuriantes para grupos colectivos vulnerabilizados o discriminados por género, diversidad sexual, nacionalidad, color de piel, aspecto físico, obesidad, y lo planteamos con las frases más repetidas en nuestro sondeo, que tienen que ver con estereotipos y lo que hacen es transmitir prejuicios que en algunos contextos son insultos discriminatorios y que en otros contextos refuerzan la reproducción de estereotipos y prejuicios que desembocan muchas veces en actos discriminatorios que afectan derechos de las personas.
Una campaña muy agresiva.
Una manera de expresar que esas palabras generan y reproducen estereotipos. Las palabras no discriminan, las personas discriminan. Técnicamente no es correcto decir que las palabras discriminan porque la frase en sí misma no priva de un derecho – es una abstracción, una licencia literaria decirlo de esta manera.
Las palabras son violentas: la violencia verbal que cargan estas palabras genera una clasificación, una tipología de las personas, una jerarquía. Las personas somos todas diferentes. El Inadi promueve una cultura de la diversidad: lo que hace esta clasificación de las personas en función de alguna de sus características utilizadas de esta manera es establecer jerarquías sociales.
Talleres en las escuelas de todo el país. Foro de la Discriminación en los Medios con periodistas armando manuales de estilo para un tratamiento no discriminatorio de los grupos vulnerabilizados.
La jurisprudencia del Inadi era que los insultos no generaban un acto discriminatorio. Nosotros entendimos que hay situaciones en las que los insultos pueden ser discriminatorios porque se daba a partir de un insulto la privación de un derecho. Hay otras circunstancias en las que no, hay que ver la situación y el contexto – las palabras no pueden ser tomadas fuera de su contexto.
El otro día discutimos con Andy Kusnetzoff porque alguien puede decir “le compré al boliviano de la esquina”. Yo a veces discuto con la gente de los periódicos cuando ponen “trabajo en negro”, y yo les digo que la gente del foro de afrodescendientes discute, no está de acuerdo, se ofende cuando se pone esa frase. Después cuando dicen “Tres peruanos robaron”, las tapas de Crónica manifiestan la estereotipia, en otros casos la discusión con algunos periodistas y editores de policiales es que “estamos describiendo la situación, tenemos que dar la información”. En el uso del lenguaje el valor prioritario a tener en cuenta es la libertad de expresión, ahora, hay una restricción a la libertad de expresión que son las injurias y las calumnias y por otro lado el discurso de odio (hate speech) y las palabras de lucha (fighting words), una jurisprudencia de la Corte Suprema de los Estados Unidos que a veces ha sido tomada en la Argentina. La libertad de expresión no ampara el discurso de odio. Cualquiera puede odiar y no le podemos impedir que lo exprese, pero el discurso de odio que restringe la libertad de expresión es cuando efectivamente el grupo o la persona a la que ese discurso de odio se refiere puede tener un temor razonable a que esto se convierta en realidad. Cuando alguien dice “odio a los gallegos” en Argentina, por supuesto que es estereotipante, pero nadie puede pensar razonablemente que pueda correr riesgo su vida o que va a ser discriminado por ser gallego. Pero si alguien dijera “odio a los indígenas” sí tendríamos que prestar otro tipo de atención porque efectivamente e un grupo que está vulnerabilizado en sus derechos, no se cumplen sus derechos, hay datos concretos. Si alguien dice “odio a los católicos” no pasa lo mismo que si dice “odio a los judíos”. Esto lo tratamos de fijar en el dictamen de D’Elía: el Estado repudia todo discurso de odio, sea para mayorías o minorías, pero la intervención no puede ser la misma por parte de la Justicia o del Inadi.
No importa tanto la intención del que dice las palabras sino el umbral de las personas o el colectivo que es discriminado: estamos intentando sensibilizar y hacer docencia sobre una serie de temas con manuales y talleres. A las personas que viven con VIH primero se las llamó “sidosas” y después “portadores de SIDA”, pero las personas rechazan estas denominaciones por discriminatorias. Hay que escuchar al colectivo que a través de su trabajo y reflexión ha llegado a la denominación “personas que viven con VIH” considerando a todas las demás denominaciones discriminatorias. Los pueblos originarios se autodefinen como “pueblos o naciones originarias”, y desaprueban la palabra “indígena” porque entienden que refiere a “indigente”, y rechazan también los términos “primitivos” o “indios”. Algo puede ser dicho por error o ignorancia en algunos contextos, pero hay frases que no dan lugar a pensar que su utilización no sea descalificante y prejuiciosa. Cuando decís “dale mogólica”, negro villero o son bolitas muchas veces se aplica a personas que textualmente no lo son pero se lo utiliza como un insulto.
En muchos casos es imprescindible, necesario, conveniente el reemplazo de un término por otro cuando los colectivos han manifestado que no les da lo mismo. Las palabras también construyen imaginarios: no es lo mismo “sidoso” o “portador de SIDA” que “persona que vive con VIH”. Apuntamos a que se dejen de utilizar palabras que están ya descartadas por los propios colectivos y que se hable con corrección en relación a lios avances teóricos de los distintos colectivos, esa es una campaña educativa que tiene que ver con los usos del lenguaje en la escuela, en los medios de comunicación, en los avisos clasificados, etc. Estamos por otro lado promoviendo el uso de lenguaje de género no discriminatorio en la legislación. Hay una utilización de términos despectivamente discriminatorios aplicados a personas que no pertenecen a ese colectivo que genera y reproduce estos estereotipos, en la cancha de fútbol, como insulto cotidiano, y también estamos intentando combatir… de la misma manera que los chicos dejaron de tirar basura al piso o combaten a los padres que fuman, nosotros suponemos que podemos apuntar también a que tengan una conducta no discriminatoria, tienen que tomar conciencia de que hay un colectivo afectado por esta manera de hablar que no es necesariamente el compañero.
Estamos llamando el 26 de agosto a una reunión a todas las empresas de recursos humanos y las secciones de clasificados de los diarios y las webs de búsquedas laborales apuntando a la eliminación de los avisos clasificados de términos descriptivos que no tienen que ver con la idoneidad o la experiencia para la posición laboral que se solicita. Ahí también hay una serie de requerimientos que para ellos son descriptivos pero que claramente son limitativos del acceso al empleo. Estamos pidiendo que se redacten con perspectivas de género, que no tengan topes de edad, que no hagan una descripción física de las personas: lo único que se puede hacer en un aviso es la descripción del puesto de trabajo y la descripción de las capacidades, idoneidades y perfiles laborales requeridos, pero no exigir fotos.
Nosotros no queremos que alguien nos diga “el Inadi se ocupa de las palabras y no de los hechos reales”,  es un debate en paralelo.
Las palabras tienen poder en la construcción de imaginarios y de prácticas, no son neutras. Lo que elInadi está haciendo con esta licencia de decir “las palabras discriminan” es decir que estas palabras construyen o reproducen en el lenguaje cotidiano los estereotipos que después degeneran en situaciones de violencia o de actos discriminatorios concretos

Grillo

El signo siempre comporta una distinción, ese es su valor, la posibilidad de oponerse a otro signo dentro de un sistema. De ahí sale la potencia del signo. Hay que ver dónde está uno en relación con el signo. Un sujeto marca un signo.
Lo que habría que analizar son los presupuestos y los implícitos, no de palabras sueltas, sino de palabras puestas en encadenamientos. Estalla la Embajada de Israel y se habla de “víctimas inocentes”: la oposición y la diferencia están implícitos ahí, porque si hay inocentes hay culpables, y eso me parece más temible.
Se queda en el epifenómeno. Todos coincidimos con que eso está mal, son términos despectivos y peyorativos, pero no se juega sólo ahí. Hay enclaves menos advertidos y más naturalizados que están tramitando prejuicios en otro nivel, uno se queda en la superficie de “no decir bolita” pero por atrás hay un estereotipo que sigue siendo discriminatorio.
Si se eliminan los términos está más limpito todo, pero algo se va a poner en ese lugar. A veces se tramita desde lo sintáctico: ‘hubo una manifestación de Quebracho pero no hubo incidentes’ da por supuesto que cada vez que hay una marcha hay incidentes, o algo que señala Hugo Muleiro en Palabra por palabra, que cada vez que se usa la palabra ‘menor’ en los medios es para referirse a niños o adolescentes marginales que tienen que ver con la Justicia, nadie diría menor para referirse a los niños que van al zoológico o al Planetario. O cuando se dice ‘en un tiroteo murió por error una mujer que estaba en la calle’, ¿quiere decir que matar a ciertas personas es acertado? Es la perspectiva del asesino. Hay que estar atento sobre esas expresiones, en principio uno no pensaría que ahí hay discriminación y está. Va más allá de las palabras, depende de qué estás pensando cuando decís eso.
La discriminación es constitutiva del lenguaje, si no hubiera discriminación no se podrían decir cosas.
Si el gobierno de Estados Unidos dice que hubo ‘fuego amigo’, en ese eufemismo hay algo que no se quiere decir. Hay formas atenuadas de referirse al otro que son visiones del otro como alguien que hay que cuidar y que son visiones del otro como alguien a quien hay que proteger especialmente o cuidar, y el otro no quiere ser tratado como si fuera un infradotado. Hay que ver de todas maneras cómo ese sujeto quiere ser reconocido.
La palabra en relación con qué otras palabras está? No usemos palabras despectivas, son normas de urbanidad lingüística, pero el prejuicio está anidando en otro lugar: el lenguaje es una manifestación, pero la sola palabra despectiva no está tramitando eso, hay otras construcciones donde eso está.
Uno puede decir ‘negro’ y hablar de Usain Bolt, entonces los negros son fibrosos, son rápidos. La palabra ‘negro’ en determinados contextos puede ser bárbara, pero en una frase como ‘no es negro pero es negro de alma’ se trata de otra cosa. Se trata de qué palabra es, en relación con qué otras palabras la ponés y quién la está usando para designar a qué otro.
“Los griegos decían ‘necrópolis’, la ciudad de los muertos. Después dijeron ‘cementerio’, que es dormitorio, que es un eufemismo por morir es como dormir. Hoy en día tenemos la botánica, y entonces son todos jardines o parques. En algún punto dejamos de saber que cementerio quiere decir dormitorio, para nosotros es el lugar donde están los muertos, y entonces nos corremos al parque. Siempre va a pasar eso: la lengua se mueve, y en el punto en el que no queremos escuchar algo aparece el nuevo eufemismo.”
“Las metáforas de la vida cotidiana,” de Lakof y Johnson. Hay muchas metáforas que nos sirven para relacionarnos con la realidad y con las cosas, y algunas de esas metáforas son prejuiciosas y son ofensivas para ciertos grupos y pueden ser discriminadoras y hay que trabajarlas también. Por ejemplo, el negro y el blanco: eso es constitutivo de las culturas, son metáforas muy arraigadas, cuando algo está oscuro es negro y uno no ve, y hay muchas otras situaciones en las que se usa y parece que esté cargado. Pero no se puede expurgar todo. Hay valores que comportan la claridad y la luz (la luz es vida, es calor) y la oscuridad es lo contrario, pero
En los discursos públicos es necesario cuidarse.
Los manuales periodísticos fuera de la Argentina tienen advertencias sobre racismo o sexismo. Los manuales están para llamar la atención sobre ciertos usos, pero lo que hay que revisar son las prácticas que están detrás.
Las palabras discriminan casi por naturaleza: están para poner matiz, para juzgar, para distinguir. Pero yo puedo usar la palabra como un arma arrojadiza o para tender un puente.
“Los alemanes son perfectos para la organización: mirá qué bien les salió Treblinka”. Uno puede ver también el revés de la trama.
El estereotipo en un punto sirve para vincularse la realidad: uno no puede tener un vínculo con la realidad no mediado por lenguaje. Hay estereotipos que son productivos, que nos sirven para entender rápido una situación. El prejuicio es una manera de relacionarse con lo desconocido, y eso nos viene a veces de las historias que nos cuentan de chicos, de los cuentos de hadas, estereotipos como el zorro o el lobo. Están para enseñarles cosas a los chicos, y los chicos aprenden a vincularse con la realidad de cierto modo. No se puede erradicar los prejuicios, pero se puede ver qué prejuicios son perniciosos o siniestros y trabajarlos en el aula – si los chicos vuelven a sus casas y la familia es prejuiciosa, no hay mucho que se pueda hacer al respecto.
Cuanta más responsabilidad, o más visibilidad, tenga la persona, más cargo hay que hacerse de lo que hay detrás de la palabra.
Embajadora no quería decir ‘mujer que está a cargo de una embajada’ sino ‘esposa del embajador’, ‘gobernanta’ no es lo mismo que ‘gobernante’, el femenino muchas veces tiene que ver con tareas hogareñas o cargos menores mientras que el masculino tiene que ver con la cosa pública. Pero si queremos hablar de verdad ataquemos el problema de fondo y generemos oportunidades iguales

3.4.11

Where the streets actually have no name

U2’s 360° Tour in La Plata will blow you away – if you only get to hear it right


You may have seen videos and photos of The Claw, the centrepiece of U2’s  360° tour, and yet they do not prepare you for standing in the presence of the first wave of the Martian invasion. It is massive. I mean, truly massive, the legs spanning the width of a soccer pitch, its spire as tall as the arena that houses it. And La Plata’s Estadio Único is the perfect landing site – with or without U2, the rising curves and overarching canopy already give the place an outlandish feel, like it too has been brought from another planet.
And the band harps on the alien theme with its classic irony: the band walks on stage on top of David Bowie’s Space Oddity and walks out to the chorus of Elton John’s Rocket Man, and there are videos in between sets with cartoonish spaceships. The same irony that created The Claw: if you cannot hide the rig that is going to hold the lights and sound gear on top of a circular stage, hide it in plain sight by shoving it in the faces of the audience – make it so massive that it becomes the identity of the tour.
But the true cosmic event is the way in which Bono & co. take half a century of arena rock evolution, turn it on its head, run it through a blender and then amp it up to a factor of one million. It is the most spectacular rock show on Earth – a scripted, choreographed and utterly designed event in which every effect, movement, visual, prop and sound has been engineered for maximum effect. The experience is truly all around you: lights flood the stage in impossible configurations from all corners of the Claw, but they also project on the audience, turning the field into a sea of coloured heads and arms, the seats into giant screens for a light show that makes the experience unique.
U2 plays an arena the way Jimi Hendrix played a Stratocaster, and it sets them in a category of their own. David Bowie brought cabaret onto the stage, but he never really took it all the way. Peter Gabriel trademarked the concept show, but he leaves all the fun and concept on the stage. The Rolling Stones pump you harder, but they plant a bomb in front of you and let it explode. You may have seen better bands, more inspired musicians, more energetic shows, momentous tours that make the history books of rock music, but you will not live through something as engaging and engorging as this.
And they’ve been working on it for 20 years: Rattle & Hum (1987) chronicles the Joshua Tree tour, when U2 peaked their potential as a rock quartet and parted ways with the classic rock band. Four years later they greeted a new decade with a new album (Achtung Baby), a new self (a postmodern multimedia sensory overload) and a new tour to make it all happen (ZooTV). Since then, they have one-upped themselves on each world outing, always pushing the envelope one inch further, testing the borders, turning utopias into goldmines, repeating the music (the setlist goes all the way back to their first albums, with songs like Gloria, New Year’s Day, Sunday Bloody Sunday or I Will Follow) but never the ride – and, like the theme song to TV series United States of Tara goes, “I know we’ll be just fine if we learn to love the ride.”

A four-stroke engine. But in the middle of the multimedia explosion, just beneath the giant round TV screen that turns their faces into humongous icons, are four Irish guys (The Edge was actually born in England, but who’s counting), just flesh and blood singing, strumming and banging on metal and wood through a few truckloads of electronics. If they get to be blown into titans it must be because they have something titanic in the first place.
And they do. They have the songs, in the first place: while their albums may be uneven and sometimes patchy, U2 has enough solid gold songs to fill a lot more than the 160 minutes they play on this tour. Indeed, they could play many shows in many different textures, making them sound like different bands: the rockers, the lovers, the ravers, the melancholy gazers, the pick-you-ups, the mellow-you-downs. Deciding what to play, with a band like them, means more than anything making hard choices about what not to play.
Their setlist last Wednesday kicked off with a combo blow to the head: Even Better than the Real Thing, I Will Follow, Get On Your Boots, Magnificent and Misterious Ways light a mighty fuse that explodes in Elevation segueing into Until the End of the World. Then they brought it down with I Still Haven’t Found What I’m Looking For, picket it up two songs later with Beautiful Day, only to cool it with In a Little While. City of Blinding LightsVertigo, Sunday Bloody Sunday and Where The Streets Have No Name (sung in La Plata, a city whose streets actually don’t) got you jumping and pumping fists; One, Miss Sarajevo and With or Without You mellowed the affair, and so the rollercoaster went.
But the songs are propelled by a four-stroke engine as tight and powerful as an F1 racer. Bono is the ultimate frontman, an effective singer that excels at coming across to 58,000 people at once, lifting and soothing and wowing them at will, a presence bigger than the Claw and louder than the blaring sound. The Edge is the most underestimated of the guitarists that redefined the role of the guitar in rock music: while not a virtuoso, his echoes and delays and infinite effects squeeze the six strings for sounds they never thought they had in them, and the misterious way in which he weaves from rhythm to lead to noise to melody justifies Bono describing him on stage as “a man who is everywhere at the same time, and always somewhere interesting.¨ Adam Clayton’s bass and Larry Mullen Jr.’s drums are the unsung heroes providing the rock-solid foundation for the fanfare to stand on. Proof? Before the band walked on stage a crew member started playing a few bass lines from the songs to test the sound, and that was enough to turn  the crowd on, as recognizable as the tunes themselves, and the same could be said of Mullen’s beats.
the 180° tour. And yet, there was an Achilles heel to Wednesday’s show. A pretty big one, if you ask me.
The tour is named 360°, but not all degrees were created equal inside the Estadio Único. The Claw stands not at the centre of the pitch but at one of its ends, which creates the illusion of a traditional set with an open backstage more than a perfect circle – and the band’s efforts to walk around the outer ring that surrounded the inner circle of the stage still did not alter the fact that, for a considerable amount of time, the backbenchers had a view of Bono’s bum.
That could be spun into a defining feature: the fun of  360° is that you get to choose from many concert experiences, either a conventional one (augmented by the massive spaceship in front of you) on the pitch, or a truly upclose ride in the inner circle (where the band hovers over and around you on rotating bridges), or a panoramic one on the sides of the stadium. Choose your poison, as they go.
But for any of that to work, everyone must get decent sound. And last Wednesday, for a considerable chunk of the stadium, the sound quality was, to use a technical term, crap. Not Phil Spector’s wall of sound, but a ball of sound – a gooey, sticky, fuzzy ball. While the best show on Earth rolled in front of your eyes, where I sat (front right of the stage, on the sides, if you want to know) it felt like I was listening to it through a cheap radio blaring out.
The Claw booms mightily from towers of speakers on all four sides, but somehow the engineers had not compensated for the compounded echo of the three sides standing dangerously close to the sonic death trap of the stands and ceiling bouncing back the music, and the tsunami of waves resulted in the aforementioned ball. Bad for the distinct, precise, delicate balance of U2, but absolutely deathly for the power rock of supporting act Muse, which got to my ears as loud distorted gravel where voice equalled guitar equalled whatever else. Literally, the singer was talking between songs and I couldn’t make out the words.
Friends in front of the stage reported to bad sound but not as bad as what I got, while out photographer standing at the inner circle says it sounded just fine. Images on TV report that the mixing board heard a choir of rock angels, and I am looking forward to a TV broadcast to see what sound experience the lads had in mind as they were playing.
Fellow members of the press told me that the shows in Santiago de Chile sounded absolutely perfect, and the sound engineers (if they want to keep their job, at least) will no doubt get the sliders and knobs tuned just right for tomorrow and Sunday. I just hope they had got them right on Wednesday’s sound check.
But that minor distraction did bring to mind a hazard of  U2 on stage: in a show that pushes the envelope so much, that is so minutely architectured, it only takes the slightest distraction from the thrill of the ride (like a grating roar of pebbles à la Matthew Arnold in your ears in my case) to highlight the edge of over-the-top just a hair’s width away. But the nyou get back on the train and have the ride of your life.
Buenos Aires Herald, 31/3/2011