18.3.13

No al feriado de Francisco


Traducción del comentario publicado en el Buenos Aires Herald el 18/3/13 sobre la decisión del gobierno porteño de suspender las clases en todas las escuelas de la ciudad el día de la entronización del papa



El viernes por la tarde, el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires decretó que todas las escuelas porteñas cierren mañana por la mañana por la ceremonia que consagrará a Jorge Bergoglio como Papa Francisco. Cita como razones que “la Ciudad considera que la elección del papa Francisco es uno de los acontecimientos más importantes que se han producido a lo largo de toda la historia argentina y que excede, largamente, el fenómeno religioso”. Agrega que “se han sumado a esta alegría todos los argentinos de buena voluntad en un arco que integran con igual fuerza y valores los católicos y los no católicos, los creyentes de cualquier credo o religión y los que no profesan ninguna”.

No se mencionan autoridades responsables de la decisión, pero el intendente Macri usó la frase “acontecimiento más importante de la historia argentina” para referirse a la elección de Bergoglio, y nadie en su sano juicio tacharía el nombre del ministro de educación Esteban Bullrich, que tiene lazos activos con grupos católicos, de la lista (no por su filiación religiosa, sino principalmente porque fue con su firma que escuelas públicas y privadas recibieron la orden de cerrar el martes por la mañana).

La decisión revierte definitiva e innegablemente uno de los tres principios fundamentales sobre los que se construyó la educación argentina. En 1884, la Ley 1420 estableció sin lugar alguno a dudas el deber del Estado de garantizar una educación gratuita, universal y laica. Eso resolvió un acalorado debate sobre el rol de la religión en las escuelas, dándole la victoria al bando de Domingo Faustino Sarmiento.

En un brevísimo resumen, un Congreso Pedagógico en 1882 había afirmado que “la educación universal es en esencia católica”. Sarmiento contraatacó recordándoles que, por más que la constitución nacional sancionada un año más tarde decía que el Estado argentino financiaba y sostenía el culto católico, “las escuelas no son el culto; luego las Escuelas no son católicas, aunque sean cristianas, como que la Constitución actual no se ha dictado para católicos solamente. (…) La declaración propuesta por los demagogos ultramontanos, es pues una violación flagrante de la Constitución y de las leyes, un retroceso a los tiempos anteriores a la Constitución, un robo en provecho propio de las rentas pagadas por todos para el beneficio y provecho de todos, y un acto de tiranía disimulado con las formas de la religión”

En el Herald, un diario que nació gracias al llamado a la migración y la integración que Sarmiento concretó durante su presidencia, no es necesario explicar qué tan importante es este principio. A un lector angloparlante no es necesario recordarle que no toda persona es cristiana, y que no todo cristiano es católico. Quienes conocen principios como la separación absoluta de Iglesia y Estado no necesitan que les digan qué tan importantes son para la existencia de una sociedad abierta, inclusiva, libre.

El intendente Macri y todo su gobierno, en cambio, acaban de prenderle fuego a este pilar de nuestra democracia, y de paso desandaron 141 años de progreso en ese sentido. Mañana, cuando escuelas estatales que deberían ser 100% libres de toda religión y escuelas religiosas de cultos no católicos (protestantes, judías, musulmanas, hay muchas para elegir) no puedan abrir sus puertas por orden del ministerio, Buenos Aires será una ciudad menos libre, menos inclusiva, menos democrática.

Y el argumento de que es un “acontecimiento histórico” y de que “se han sumado a esta alegría todos los argentinos de buena voluntad” empeora las cosas aún más. Sí, un porteño fue elegido para uno de los cargos más importantes del mundo y tendrá (al menos en teoría) poder absoluto e incuestionable sobre miles de milloens de católicos a lo largo y ancho del plantea... ¿pero qué les importa eso a quienes no son católicos? ¿Es excusa suficiente para pasar por alto la Constitución, que en 1994 tachó el requisito de que el presidente fuera católico y removió así uno de los últimos lazos legales entre el Estado y la religión en nuestro país? ¿No fue el gobierno de esta ciudad el que protestó airadamente contra la (errada) suspensión de clases durante los partidos de la selección nacional en el mundial de fútbol? ¿Cómo creer que esto no se trata de religión y de catolicismo? ¿Cómo creer que esto no excluye a todos los demás? ¿Cómo decir que esto no proclama que Buenos Aires es una ciudad católica y al cuerno con todos los demás? (por si no hubiera quedado claro el mensaje con la enorme bandera del Vaticano flameando al lado del Obelisco...)

Y lo más preocupante es que mañana es sólo el comienzo. El Papa Francisco visitará Buenos Aires en el futuro cercano: ¿y entonces qué? ¿Escuelas cerradas, feriado bancario, asistencia obligatoria al acto? Y en los muchos años de su reinado sobre el mundo católico, ¿cuántas más de éstas nos esperan? Sería una exageración decir que esto le abre la puerta al creacionismo en las aulas, pero existe una línea punteada hacia ese futuro que no existía antes de que se anunciara esta decisión.

Esta decisión es errada. Esta decisión no es democrática. Esta decisión no es coherente con lo que son la Argentina y Buenos Aires, la puerta de entrada de los millones de inmigrantes que construyeron la nación. En cualquier país que se llame a sí mismo república esto sería un escándalo y le costaría el cargo a alguien (si el cardenal estadounidense Sean O'Malley hubiera sido electo papa, ¿sería posible imaginar escuelas públicas cerradas en Boston, su diócesis, y Lakewood, Ohio, su pueblo natal?). Los católicos son mayoría en Buenos Aires, aunque las cifras no son del todo claras (una inmensa mayoría de porteños se definen como católicos o han sido bautizados, sólo un tercio de ellos concurren regularmente a la iglesia o dicen seguir los preceptos): así y todo, con que hubiera una sola persona que le rindiera culto a un dios distinto de una forma diferente, o un solo ciudadano que no creyera en ninguna deidad, esta medida sería el primer paso en el camino que lleva de ser una minoría a ser una minoría oprimida. Imponer una celebración de algunos a todos e implicar que quienes no se suman no son “argentinos de buena voluntad” es inadmisible. Y nos pone en una pendiente resbaladiza de la que no conocemos el fondo.

Nay to Francis holiday


Comentario publicado en el Buenos Aires Herald el 18/3/13 sobre la decisión del gobierno porteño de suspender las clases en todas las escuelas de la ciudad el día de la entronización del papa


Late Friday, Buenos Aires City Government decreed that all BA schools be closed tomorrow morning for the official ceremony that will instate Jorge Bergoglio as Pope Francis. The reasons quoted are that “the City considers the election of Pope Francis as one of the most important events in Argentine history, one which vastly exceeds its religious nature.” It adds that “all Argentines of good will have shared in this joy, in a span that integrates with equal force catholics and non-catholics, believers of any creed or religion, and those who hold no religious belief.”
No authorities are mentioned as responsible for the decision, but Mayor Macri used the very wording “most important event in Argentine history” to refer to Bergoglio's election, and nobody in their right minds would exclude the name of Education Minister Esteban Bullrich, who has active ties to catholic groups, from that list – not just for his religious affiliation, but mostly because it is through his signature that state and private schools received the order to be closed Tuesday morning.
The decision is a definite and undeniable reversal of one of the three tenets on which Argentine education was founded. In 1884, the foundational School Act (usually dubbed “Ley 1420”) stated in no uncertain terms that the State was to guarantee free, universal, non-religious education. That settled a raging debate about the role of religion in schools, with Domingo Faustino Sarmiento's side winning the argument.
In a very brief recap, a Pedagogic Congress in 1882 had stated that “universal education is essentially catholic.” Sarmiento countered by reminding them that, even though the Constitution signed a year later said the Argentine state supported and upheld the Catholic cult,“schools are not the cult; therefore Schools are not catholic, even if they are Christian, just as the current Constitution has not been signed only for catholics. (…) The declaration put forward by those demagogue extremists is in flagrant violation of the Constitution and the laws, a return to the days previous to the Constitution, a theft on their own behalf of the tax money contributed by all for the benefit and enjoyment of all, and an act of tiranny under the pretense of religious form.”
In the Herald, a newspaper born of the open call for migration and integration that Sarmiento put forward during his presidency, there is no need to state just how important this principle is. An English-speaking readership needs no reminder that not every person is a christian, and that not every christian is a catholic. People familiar with such principles as the absolute separation of Church and State do not need to be told how important they are to an open, inclusive, free society.
Mayor Macri and his entire administration, on the other hand, have just set this cornerstone of our democracy on fire, and in the process have undone 141 years of progress in that direction. Tomorrow, when State schools that should be 100 percent religion-free and religious schools from non-catholic denominations (protestant, jewish, muslim, take your pick) cannot open their doors on Ministry's orders, Buenos Aires will be a less free, less inclusive, less democratic city.
And the argument that this is a “historical event” and that “all good-willing Argentines of all religions and even non-believers share in the joy” adds insult to injury. Yes, a porteño has been appointed to one of the highest offices in the world and shall wield (at least in theory) absolute, unquestionable power over billions of catholics around the globe – but what does that mean to those who are not catholics? Is this an excuse to bypass Argentina's Constitution, which in 1994 dropped the catholic faith as a requisite for being a president, removing one of the last legal binds between the State and religion in our country? Didn't this City administration vocally protest the national Education minister's (wrong) decision to suspend classes during Argentina matches at the World Cup? How is this not about religion and catholicism? How does this not exclude everyone else? How does this not send the message that BA is a catholic town, all else be damned? (in case the large Vatican flag that replaced the BA flag in the Obelisk wasn't clear enough...)
And the most worrying thing is that tomorrow is just the beginning. Pope Francis will visit Buenos Aires in the near future: what about then? Schools off, bank holiday, mandatory attendance to the rally? And in the many years of his rule over the catholic world, how many of these things are we to expect? It would be an overstatement to say that this opens the door for creationism in schools, but there is a dotted line from here to there that didn't exist before this decision was announced.
This is a wrong decision. This is not democratic. This is not what Argentina and Buenos Aires, the gateway to the millions of immigrants that built the country, are about. In any country that calls itself a republic, this would be scandalous and would end with someone's head on a platter (can you imagine state schools without classes in his constituency in Boston or his hometown in Lakewood, Ohio if US Cardinal Sean O'Malley had been elected pope?). Catholics are a majority in BA, even the specific numbers are foggy (a staggering majority of people call themselves catholics or have baptized in the faith, only a third of those are churchgoers or state that they follow the Church's precepts) – still, even if there was only one person who worshipped to a different god in a different way, or a single citizen who did not believe in any deity whatsoever, a measure like this would be the first step between being a minority and being an oppressed minority. Imposing the celebration of some onto everybody and implying that those who do not want to join in are not “good willing Argentines”is beyond the pale. And it is a very slippery slope all the way down.


1.3.13

Zen y el arte de la bici urbana: el artículo de Lucas Llach

Resulta que Lucas Llach publicó esta nota en su blog de La Nación hablando de las características de la bici urbana, y hay cosas en las que tiene razón, cosas opinables (algunas concuerdo, otras no) y cosas en las que se equivoca. A pedido de Zunini, hago un desglose de esas cosas. Más adelante mando un post con distintas variantes para armar bicis de calle, y otro con cómo armé la bici que uso yo y cuál sería mi bici ideal.

Llach tiene razón cuando dice que:

  • "no confundir la bicicleta como medio de transporte urbano con el deporte llamado “ciclismo”. No tiene nada que ver": No, no tiene nada que ver. Una bici urbana tiene que ser funcional; una bici deportiva tiene que ir muy rápido, o ir muy rápido mucha distancia, o trepar montañas, o bajarlas, o caer 5 metros sin partirse, o cosas parecidas. Hay tantas necesidades como ciclistas hay en la calle, igual: en ese orden, a mí me importa una bici práctica (confortable en las calles, que lleve mis cosas, que pueda usar con cualquier ropa, que sea segura) y rápida. No me importa que se vea bonita, cosa que para otra gente es fundamental. No me importa que sea la más liviana, o la más pequeña, o la mejor equipada. Quiero subirme y poder cruzar la ciudad de punta a punta en un tiempo razonable (Barracas-Núñez en 50 minutos, hace un par de meses) sin que los autos me lleven puesto y sin cargar una mochila en la espalda.
  • "Una bici urbana sin canasto es como un colectivo sin asientos, una oveja esquilada, un ramo de rosas sin las flores: una ausencia notoria, inaceptable.": mochila en la espalda NONES. Transpira, molesta, duele. No recomiendo canasto en el manubrio porque complica las maniobras (el manubrio se pone pesado, el peso lo tira a los costados al girar), para mí la mejor solución es tener un portaequipajes y sobre ese portaequipajes elegir entre una alforja, un bolso o mochila que se pueda enganchar de alguna manera, una caja robada de La Serenísima o similar, etc. Yo uso un baulito marca Keter especial para bicis que se monta al portaequipajes y es parecido a los que usan las motos. Ahí adentro tengo espacio para cadena, un par de herramientas, toalla, desodorante, inflador de mano y el bolsito en el que llevo mis cosas.
  • "La bici playera suele venir con gomas bastante gruesas y rugosas. Malo para la ciudad. La goma delgada y lisa minimiza el esfuerzo.": Totalmente de acuerdo. Las playeras o las mountain vienen con ruedas de 1.9 pulgadas, a veces con dibujo, a veces con tacos (las mountain). La rueda de calle es de 1.5 pulgadas (más finita), con dibujo lo más liso posible (algo de dibujo sí para que escurra mejor el agua por los costados). Y se infla lo más duro que se pueda. Al costado de las cubiertas dice cuál es la presión máxima en PSI: hay que fijarse SIEMPRE ahí y no inflarlas "como Pirulo", cada cubierta es un mundo diferente. Las 1.95 CST de calle que tenía en mi bici anterior con 30PSI estaban duras como piedra y bancan hasta 40, las Kenda 1.5 que tengo ahora con 30 están desinfladísimas y recién en 45/50 se ponen duras. Si uno se pasa de rosca con la presión, la cubierta estalla – así que no son detalles para tomarse a la ligera.
  • "No usar auriculares": Ni en pedo. Ni que te pierdas la definición por penal de la copa del mundo entre Maradona y Pelé. Andar por la calle sin escuchar los autos es casi tan malo como ir con los ojos vendados (los ojos no te dicen qué hace el energúmeno que tenés atrás).
  • "se desaconseja el abuso de alcohol": con más de dos vasos de cerveza en el sistema, andar en bici se hace mucho más riesgoso. Recordemos que andar en bici requiere reflejos, control del cuerpo, esfuerzo, pero sobre todo EQUILIBRIO. No hace falta aclarar que equilibrio y alcohol no se llevan muy bien, así que aunque no te lleves puesto un colectivo andar mareado termina cuando te caés de costado a la calle. Le pasó a un amigo. Dice que le dolió bastante.


Ahora las cuestiones opinables:
  • La bici playera como mejor opción: las bicis playeras tienen sus pros, sobre todo porque son baratas. Son también prácticas, no hay tantas cosas que mantener (cables de freno, sistema de cambios, etc.). Pero esa baratura se paga en componentes de calidad bajísima: malas ruedas, malas mazas, malos pedales, malo todo. Hay modelos de Raleigh que tienen le formato de chopper/playera con buenas partes. Pero no son baratas. Y para hacer distancias (ponele, más de 10 kilómetros), la estructura del cuadro ya empieza a mostrar que no está hecha para eso - los ángulos de la pierna, para empezar. En ese plan, toda la vida me quedo con una buena bici tipo holandesa/inglesa.
  • Plegables no: Hay quienes las usan y las aman. Son chiquitas, son livianas, son maniobrables, las plegás y las ponés al costado de tu silla en el bar o en un rincón de casa/trabajo. He visto modelos que van a velocidades supersónicas. Pero las buenas, que son las únicas que valen la pena (Dahon, Tern, Brompton), son carísimas.
  • Cambios no: Algunos prefieren las bicis sin cambios, otros hasta  las de piñón fijo. Yo tengo 38 años, me muevo en la calle, tengo bicis pesadas (porque les pongo mil cosas encima). Sin cambios no te ando. ¿Qué hacen los cambios? Permiten elegir entre distintos tamaños de platos y piñones. A medida que el plato se agranda y/o el piñón se achica, la bici se hace más pesada y más rápida. Cuando el plato se achica o el piñón se agranda, la bici es más liviana pero más lenta. Con los cambios bien usados, cada uno eluge qué tan rápido quiere girar los pedales (cadencia) y con cuánta fuerza quiere machacarlos y deja que los cambios se encarguen del resto. En una pendiente, bajás los cambios y subís sin matarte. En bajada o en una avenida, subís los cambios y en cuatro pedaleos te ponés a la velocidad del tráfico. En una bici sin cambios, eso se logra subiendo la cadencia (te quedás sin aliento) y pedaleando con más fuerza (te quedás sin piernas). Disculpen, no soy Superman: uso cambios.
  • Asiento ancho vs. asiento finito: La pregunta clave es cuánto tiempo vas a estar arriba de la bici. Los asientos de las ruters son largos y finitos no porque los ciclistas quieran tener una relación íntima y sexuada con sus máquinas, sino porque si vas a estar seis horas arriba de la bici necesitás algo que te sostenga sobre los isquiones y los glúteos, y que no te moleste en el pedaleo "apretado" de competición, cuando vas con todo el cuerpo volcado hacia adelante. Si te duele, es porque no tenés los músculos de las gambas lo suficientemente desarrollados. Para los que no somos Lance Armstrong, hay medidas intermedias, más anchas y con calado (si sos varón, te evita problemas en el pitulín y deja pasar algo de vientito hacia las partes), con algo de material mullido sin ser almohadones de sofá cama. Esos asientos anchos de las playeras que parecen palanganas con 5 centímetros de acolchado son geniales para hacer 10 cuadras, pero después de los 20 minutos te das cuenta de que la presión del cuerpo no la estás soportando con los músculos del traste y los huesos de la cadera sino con TODA la carne del área. A los 40 minutos eso te empieza a molestar. A la hora y media te duele. A las dos horas se te queda todo dormido. Y a la noche te das cuenta de que la punta gorda del asiento te paspó los muslos. La pasás bomba, o sea.
  • Bicis que te permitan andar erguido: En países como la gente, vas a ala bicicletería, te miden la distancia de la entrepierna al piso (sin zapatos) y te dicen qué medida de cuadro tenés que usar. Entonces, sin hacer cosas raras podés llegar a mi nirvana ciclista que es tener el manubrio a la misma altura que el asiento o unos centímetros más alto. Pero estamos en la Argentina, la importación de partes está cerrada y las fábricas nacionales de cuadros no se preocupan demasiado, así que es un talle medio para todo el mundo y jodete. Entonces, subís 20 centímetros el asiento (hasta que se dobla el caño), el manubrio te queda bajísimo, y el largo del asiento al manubrio te queda corto. Y andás incómodo. Lo ideal para ir por la calle, sí, es tener el manubrio bien alto e ir erguido con la espalda recta, con la desventaja de que no podés levantar velocidad (por la resistencia aerodinámica y la posición de las piernas, que te bloquea algunos grupos de músculos) y que todos los golpes del camino los amortiguás con la columna, y no entre las piernas y los brazos como si fueras más tirado para adelante. Como dije, yo estoy por la intermedia: el manubrio parejo o un toque más arriba del asiento, espalda a 45 grados, si tenés ganas le ponés un stem de altura variable y regulás qué tan alto lo querés tener. Con un cuadro demasiado chico para tu altura, puede ser un tema (a mi bici le tuve que hacer un par de ajustes para llegar a esa posición).
  • Frenos a contrapedal: Si tenés una maza a contrapedal Shimano bien mantenida, dale tranquilo. Si tenés una playera, eso frena mal y lento. Además, los frenos a contrapedal no modulan, sino que traban la rueda, no podés darle "un toque" para bajar la velocidad sino que clavás siempre. Freno a contrapedal sin freno delantero no lo recomiendo para nada, el freno delantero es el que más detiene la bici (y el que te puede plantar de jeta contra el piso si lo clavás de más). Andar en bici de piñón fijo sin freno es para suicidas. Un buen V-brake es lo mejor para la calle, el freno de disco te agrega la ventaja de que frenan mejor en el asfalto mojado pero son más complicados de mantener y, a menos que sean de los buenos buenos (y carísimos) frenan igual o peor que los V-brake. Ah, los V-brake son estos:

  • Candado vs cable vs U-lock: Acá hay que darle bola a los cerrajeros, no a los bicicleteros. Las "U" son menos versátiles en el mundo real, y son carísimas, pero supuestamente son lo más seguro. Dicen los cerrajeros que grueso candado y cadena cementada son mejores. Pero todo es abrible, lo importante es que sea complicado y trabajoso cosa de que el caco se afane la bici de la otra cuadra. Algo que ate cuadro y una rueda a un poste y otro cablecito atando la otra rueda al cuadro son mejores disuasivos. Igual, recordemos que los estacionamientos de Buenos Aires supuestamente están obligados a recibir bicis y no pueden cobrar más del 10% de lo que sale estacionar un auto, o sea que por pocos mangos tenés el problema resuelto.

Ahora, las cosas donde Llach se equivoca de medio a medio:
  • "El ciclista urbano tiene que estar preparado para moverse “estilo monopatín” en muchos momentos, entre peatones o el barullo de los autos. Recomiendo el asiento algo más bajo, aunque eso se aparte de la ortodoxia.": Cuando el pedal está en su punto más bajo, la pierna tiene que estar casi extendida. Esto es así acá y en la China, a menos que te quieras comprar un dolor de rodillas y lo quieras pagar restándole eficiencia al pedaleo. Lo que Llach no entiende es que lo importante es la distancia entre el asiento y el pedal, que NO ES LO MISMO que la distancia del asiento al piso. El ángulo del poste del asiento regula eso, y es una de las variables más importantes en el diseño de un cuadro. En este modelo de RANS se ve bien claro que con un ángulo del poste del asiento extremo podés tener a la vez mucha distancia del asiento al pedal y el asiento muy cerca del piso.

Si te gusta hacer el monopatín tenés la opción de una bici que no tenga el caño travesaño (los cuadros "de dama") o que lo tenga más bajo.
  • "Casco: negativo.": Casco, POSITIVO SIEMPRE. ¿En Holanda no los usan? Dame la infraestructura y la cultura vial de Amsterdam y dejo el casco en casa. O conseguime un cráneo de repuesto. Yendo por la bicisenda, arrancando de un semáforo en verde, se me atravesó un auto que quería doblar. Me pisó la rueda delantera y me tumbó de costado, nada heroico pero me fui al piso. Rueda a la basura, caída sobre mi brazo uzquierdo, un buen machucón, una costilla fisurada. La cabeza pegó contra el asfalto de costado. Tenía casco, ni un raspón. En 20 años de moverme en bici por la ciudad, me pasaron tres o cuatro de esas experiencias. Yo no tengo ganas de hacer el experimento de qué me hubiera pasado si no usaba el casco. Si Llach tiene ganas de visitar la guardia de neurología que lo haga él. Ponerse el casco me lleva un segundo, y el casco queda siempre donde está mi bici, ya sea colgado del manubrio o atado con la cadena o metido en el baulito Keter. Me pongo el casco hasta para hacer dos cuadras. Y uso casco de los de carrera, con visera y lleno de agujeritos, bien aparatoso. Si te gustan esos castos tipo de skate, todos sólidos y pintados cool, dale nomás, pero no te me quejes en verano cuando te hirrrrva la cabeza.
  • "la bici plegable es de un rodado menor. Eso quiere decir, exactamente, más pedaleos para la misma velocidad": Este pibe no entiende nada. Bill Clinton ya lo dijo en los 90: It's the Gear Ratio, Stupid! Sí, un giro de una rueda chica te hace avanzar menos distancia que un giro de una rueda grande, pero para ir más rápido ¿qué hay que hacer? No hace falta un gongreso de físicos para responderlo: ¡¡¡HAY QUE HACER QUE LA RUEDA DÉ  VUELTAS MÁS RÁPIDO, PAPÁ!!! ¿Y cómo se logra eso? Muy simple: cambiamos la relación plato-piñón. ¿Lo qué?  El plato (lo que va pegado a los pedales) convierte el empuje de la pierna en un giro, y la cadena transmite esa fuerza al piñón (en la rueda trasera). Si el plato es más grande tiene más dientes, entonces por cada vuelta va a hacer que la cadena se mueva más distancia. Ese movimiento de la cadena es lo que hace girar a la rueda trasera: la cadena tira de los dientes del piñón, y éstos hacen que gire todo el asunto. Si el piñón es más chico, hacen falta menos dientes de la cadena para hacerlo girar una vuelta completa. El truco está en la relación entre el tamaño del plato y el tamaño de los piñones, éso determina qué tan rápida o lenta (y qué tan "pesada" o "liviana") es una bicicleta (y, como dije arriba, es lo que se altera cuando se pasan los cambios). La próxima vez que veas una bici plegable fijate en el tamaño del plato y comparalo con el de una bici rodado 26 o 28: el de la plegable es MUCHO más grande (unos 10/15 dientes más, parecen ensaladeras). 


18.7.12

¿La patria es la lengua?


El 18 de julio leí ésto en una charla en el Centro Cultural Caras y Caretas, por gentil invitación de Gabriel Sánchez Sorondo y Ricardo Piñeiro. Reincido por aquí, para los que no pudieron estar en la charla.

 ¿La patria es la lengua? Es una pregunta complicada, pero voy a hacer algo que la buena narración desaconseja y que en inglés se llama “cut to the chase”. La frase, literalmente, sería “corte a la persecución” y viene del cine policial, donde el clímax de la película suele ser una escena cargada de tiros, choques y víctimas en la que los malos se escapan de los buenos a cien por hora en pleno centro de la ciudad y son alcanzados, o los buenos se escapan de los malos y lo consiguen. Como esa es la parte más interesante de la historia, la frase se usa cuando alguien le da largas y prolegómenos a la única cosa que importa. En Argentina diríamos “ir a los bifes”, porque más que las escenas innecesarias de las películas a nosotros nos molestan las ensaladas, pancitos, sopas o cualquier otra cosa que demore la llegada de la carne a la mesa. Y no es que la carne no les signifique nada a los ingleses: para decir que algo está cargado de importancia usan el adjetivo “meaty”, que literalmente quiere decir “carnoso”.
Entonces, como les decía, vamos a la persecución, traemos el bife a la mesa, y respondo la pregunta de entrada. No, la patria no es la lengua.
Ahora me toca explicar la respuesta, que no es tan simple. Los Toledo somos una familia turca que en algún momento ocupó España. Cuando nos mandaron de vuelta a Estambul nos quedó el famoso “vienen de Toledo”, y nos llamaron “de Toledo” hasta que mi abuelo se escapó de la Segunda Guerra y algún empleado de migraciones que no tenía ganas de trabajar le sacó la preposición. Por parte de mi madre, los Roffman venimos de algún lugar de Rusia que mi abuelo se encargó de no recordar, y los Matalon de Aleppo, en Siria (creo que los Menem venían de por ahí, créanme que no tenemos la culpa ni somos parientes lejanos ni nada). Los Matalon hablábamos árabe, los Roffman yiddish, algunos Toledo todavía hablan ladino, ese castellano a medias en el que las “h” todavía se pronuncian “f”. No tengo una gota de sangre española o italiana (o sea, no soy argentino), y mucho menos inglesa. Pero mi vida profesional la hago en inglés: doy clases de literatura inglesa en inglés, escribo en el Buenos Aires Herald, hago traducciones. La mitad de mi biblioteca, quizás más, está en inglés, y siento a muchos escritores ingleses como modelos mucho más cercanos que el promedio de los que escriben en español, incluso que unos cuantos grandes nombres argentinos con los que no me pasa absolutamente nada. Sin vivir en esa cultura ni llevarla en la memoria de la familia, algo de quien soy se forja cada día allí.
Y no se trata de que yo sea particularmente susceptible a eso que los puristas de la argentinidad llaman “cipayismo”, planteado como una debilidad perversa de la lealtad a la patria, sino que aprender una lengua es mucho más que aprender cualquier otra cosa, y es muy distinto a aprender una nueva forma de decir “a los bifes”. Aprender una lengua es aprender una visión del mundo en la que un churrasco a punto no es más importante que la resolución heroica de una historia, y es aprender detrás de cada palabra un tramado que es histórico, que es social, que es identidad. Inglaterra fue invadida no una ni dos sino cinco veces, y el idioma inglés tiene huellas de cada una de esas cinco invasiones. La última fue en 1066, con Guillermo el Conquistador, que era francés. Los campesinos eran sajones, pero la carne de los animales que criaban la comían sus señores normandos: en inglés los animales de granja tienen nombres sajones como “cow” o “sheep”, pero la carne de esos animales se llama “beef” (una variante del francés “boeuf”, pariente de nuestro “bife”) y “mutton” (hija del francés “mouton”). En esa diferencia está la síntesis de toda una historia de dominación. En chino y japonés, y también en aymara, el futuro se representa como aquello que está detrás nuestro y el pasado como aquello que está delante, lo contrario al resto de las lenguas en las que tenemos “el futuro por delante”. Para ellos, el pasado es aquello que vimos, de lo que fuimos testigos, lo que está delante de nuestros ojos, mientras que el futuro es algo desconocido hacia lo que avanzamos a ciegas. En esa distinción no hay ganas de hacerse los rebuscados, hay una forma de ver el mundo. Hablar varias lenguas es asimilar a la propia identidad algo de cada una de esas identidades, pero sobre todo es abrirse sin vuelta y sin remedio a la idea de que existen diferentes maneras de vivir y de ver la realidad, y por eso creo que ser bilingüe o plurilingüe (por qué limitarse) es una forma mucho más intensa de existir. Entonces, la lengua es mucho más que la patria: para robarles una frase a los lacanianos, no es que hablemos un lenguaje sino que el lenguaje nos habla.
Déjenme contarle de mi amigo Carlos Yoder. Él nació y se crió aquí en Buenos Aires, fue a un conservatorio a aprender piano desde chico, después se pasó a los sintetizadores. Compartimos una banda de música extraña, un trío de dos guitarras y piano que tuvo dos conciertos (en los cumpleaños de los guitarristas). Un par de años después Carlos descubrió el tabla, una especie de bongó hindú que parecen dos tápers con parche de cuero, y que dicen que es el instrumento de percusión más difícil de tocar del mundo. Renunció a los teclados y la tradición musical occidental, y se dedicó a la música hindú y la música clásica árabe. Con su tabla a cuestas se fue a una escuela de verano de música tradicional irlandesa en Irlanda, no me pregunten por qué. Ahí se enamoró de una chica eslovena. Ahora vive en Eslovenia y varias vueltas profesionales después trabaja en el Consejo Internacional de Música Tradicional, una dependencia de la UNESCO. Su vida transcurre en esloveno, un idioma que entre otras cosas tiene tres números: el singular, el plural y el dual, o sea que si digo “dos autos” le cambio el final a la palabra “auto”, que no queda igual a “auto” ni “autos”. Cuando le comenté que iba a estar aquí, me mandó algunas ideas que me gustaría leerles: “Como ejercicio, además, podría preguntarse al público presente de qué manera el aprendizaje de idiomas extranjeros afecta a la noción de patria. Dicho de otra forma, si yo hablo inglés y francés, ¿debo sentir como patrias adicionales a Inglaterra y Francia? ¿o mejor dicho a Australia y Costa de Marfil? ¿Filipinas y Congo? ¿Sri Lanka y Túnez? Ridículo, ¿no?”
Bastante, pero Carlos también me dio el contraejemplo perfecto: “El Principado de Carantania (Karantanija) es el primer estado conocido cuyos monarcas hablaban una temprana lengua eslovena, allá por los fines del séptimo siglo de la Era Común. Sin embargo, en el año 746 el Principado es asimilado los bávaros, y recién en 1991 recuperará el pueblo esloveno su ansiada independencia, al crearse la actual República de Eslovenia, país en el que vivo desde 2005.
“Durante 1245 años (¡mil doscientos cuarenta y cinco años!) las vidas de millones de eslovenos y eslovenas fueron regidas por virreyes y/o burócratas que hablaban alemán, italiano, francés o serbocroata. Tuvieron a Viena como capital durante 700 años, y el idioma de la política, la educación y las artes fue siempre el alemán. Además, y como ejemplo, mi suegra nació en la República Socialista Federativa de Yugoslavia, su padre nació en el Reino de Italia y su abuelo en el Imperio Austro-Húngaro... ¡sin importar que todos nacieron en el mismo pueblo y hablando el mismo dialecto!
“Quizás desafiando toda lógica entonces, el idioma esloveno no desapareció, sino que se mantuvo vivo tanto en el campo como en la ciudad. Tal es así que Eslovenia es un país donde los feriados nacionales celebran la memoria de poetas y escritores (ej: France Prešeren y Primož Trubar), y donde los próceres son, en primerísima instancia, aquellos que preservaron, diseminaron, estudiaron o refinaron la lengua materna.
“El idioma esloveno está más vivo que nunca. Hoy en día cuando un esloveno se va a vivir al extranjero y forma familia allá, lo primero que le preguntará un compatriota es si los hijos hablan o no el idioma materno. De ser la respuesta negativa, al emigrante se lo considerará como nada menos que un traidor.”
Les podría contar un cuento parecido con el hebreo y el sionismo, con la forma en la que la Diáspora judía mantuvo un idioma durante varios milenios y después dio el paso único de convertir una lengua de cultura, de religión, en una lengua viva. Es como si la Unión Europea reviviera al latín. Los cristianos creen en un mesías que resucitó a los tres días de estar muerto, los judíos tenemos un idioma que resucitó veintipico de siglos después de que fuera desplazado de Israel por el arameo y el griego, las lenguas de los conquistadores (digo veintipico porque, en un gesto absolutamente judío, se discute cuándo fue que se dejó de hablar hebreo cotidianamente). La lengua, en esos casos, es la promesa de la patria.
Para hablar de cómo la patria es la lengua están, más que nada, los exiliados. El mariscal Petain, cabeza del ejército francés cuando los alemanes estaban a las puertas de París en la Segunda Guerra, se negó a trasladar el gobierno civil a Argelia. Su justificación es una frase célebre: “La patria no se lleva en la suela de los zapatos”. Francia no es cualquier lugar que pise un francés, Francia está contenida en sus fronteras, decía Petain en esa frase. Pero los que fueron obligados a dejar su país no tuvieron la opción de ese orgullo con el que Petain hizo bastante poco: unos meses después de su frase célebre se convirtió en el jefe de estado de la Francia de Vichy, o sea un títere de los nazis, condenado por traidor por su propio país al final de la guerra. Para un exiliado, la patria es lo que lleva puesto. El protagonista de “Tangos chilangos”, mi segunda novela, es un hijo de argentinos que se crió en México desde los dos años. Habla en una lengua que no es ni argentina ni mexicana, un híbrido del mundo en que vive con el fantasma de palabras y entonaciones que él supone su herencia. La idea de que la patria es la lengua sale de esas experiencias, de esas vidas trasplantadas que se aferran a una lengua de la infancia, de un lugar propio y abandonado: el mismo cantante que nos dice que “la cultura es la sonrisa” nos dice que “desdichado es quien tiene que marchar a vivir una cultura diferente”. Para un exiliado, la patria es lo que tiene, y una de esas pocas cosas que tiene es la lengua.
Pero no puedo olvidarme de una distinción importante que hace Ferdinand de Saussure. Si me disculpan un momento de profesor Siruela, les cuento que con el “Curso de lingüística general” (que en realidad no escribió, sino que son los apuntes de clase de sus alumnos) Saussure fundó la lingüística moderna, la semiótica, plantó la semilla del psicoanálisis lacaniano y le dio de comer a unos cuantos miles de personas. En el Curso, Saussure hace una distinción fundamental entre langue y parole, lo que en español llamamos lengua y habla. La lengua es la norma, un conjunto de reglas socialmente aceptadas y codificadas, el sistema del lenguaje. El habla es el uso de ese sistema, las maneras variadas, impuras, particulares, cambiantes, indefinibles en las que distintos grupos de hablantes, o cada hablante, o cada hablante en cada situación específica, pone esa lengua en funcionamiento. La lengua es el diccionario y la gramática, el habla es una persona en un lugar en un momento. La lengua permite que todos los hablantes de español nos entendamos, el habla hace que usemos el español para expresar quienes somos y no nuestras vidas para clonar lo que es el español.
Y ahí es donde la idea de que la patria es la lengua se me complica, porque ahí es donde la idea de la patria se me complica. Si la patria es la lengua, entonces la patria es una idea invariable, codificada, rígida, externa. Si la patria es la lengua, la patria es esa cosa por la que nos matamos en las guerras, la que nos hace discriminar, la patria del mármol y el bronce y las historias oficiales y los discursos de presidentes y directoras de escuela, la patria de las letras de los himnos nacionales. Los himnos nacionales son cosas atroces. El alemán se llama directamente “Alemania sobre todo”, y comienza diciendo “Alemania sobre todo, sobre todo en el mundo”. La Marsellesa dice “que una sangre impura riegue nuestros surcos”, dice que los extranjeros vienen a matar nuestros hijos, violar a nuestras mujeres e imponernos sus leyes, a ser “maestros de nuestro destino”. Después nos preguntamos por qué se les complica el multiculturalismo. Nuestro himno termina con versos terribles: “coronados de gloria vivamos o juremos con gloria morir” es un llamado al martirio, y cuando Mercedes Sosa lo quiso suavizar diciendo “o juremos con gloria vivir” lo empeoró. Si no vivimos coronados de gloria no podemos jurar que viviremos con gloria, es la misma cosa dicha de dos formas; o juramos una mentira o compramos la idea de que la única que nos queda es vivir con gloria. Esa patria del patrioterismo es la patria de la lengua.
Yo me quedo con una patria del habla: una patria que cambia, que se funde con otras, que es de cada uno, que vive y respira y crece, que nos permite caminar con nuestro paso en lugar de exigirnos marchas marciales, que no demanda lealtades absolutas, que no grita, que no se achica ni se asusta en el contacto con los demás. Si la patria es la lengua, cuida cada palabra gauchesca como si en eso se perdiera soberanía, y viaja por el mundo cuidando que el barro foráneo no le manche las botas de potro. Cuando la patria es el habla, importa esa identidad profunda más que los adornos, y el contacto es una expansión, una forma nueva de ser y de decir la patria. Cuando la patria es el habla me perdona que viva en otra parte, que ame otras cosas, que me salga de sus límites para descubrirla mejor.
Es un lugar común usar a Borges para justificar cualquier cosa, pero no tengo la culpa de que en El escritor argentino y la tradición haya dado tan bien en el clavo. Decía Jorge Luis que “la idea de que una literatura debe definirse por los rasgos diferenciales del país que la produce es una idea relativamente nueva; también es nueva y arbitraria la idea de que los escritores deben buscar temas de sus países. Creo que Shakespeare se habría asombrado si hubieran pretendido limitarlo a temas ingleses, y si le hubiesen dicho que, como inglés, no tenía derecho a escribir Hamlet, de tema escandinavo, o Macbeth, de tema escocés. El culto argentino del color local es un reciente culto europeo que los nacionalistas deberían rechazar por foráneo.
(…)
¿Cuál es la tradición argentina? Creo que podemos contestar fácilmente y que no hay problema en esta pregunta. Creo que nuestra tradición es toda la cultura occidental, y creo también que tenemos derecho a esa tradición, mayor que el que pueden tener los habitantes de una u otra nación occidental.
(…)
Por eso repito que no debemos temer y que debemos pensar que nuestro patrimonio es el universo; ensayar todos los temas, y no podemos concretarnos a lo argentino para ser argentinos: porque o ser argentino es una fatalidad, y en ese caso lo seremos de cualquier modo, o ser argentino es una mera afectación, una máscara.”
Y quería cerrar con alguien a quien tengo la suerte de conocer y que, de formas de las que él no es consciente pero que yo agradezco profundamente, considero un maestro: Andrew Graham-Yooll. Andrew fue editor de política del Herald en la década del 70, responsable junto con Bob Cox de la posición del diario en el tema de derechos humanos. Es argentino de familia escocesa, y además de su trabajo periodístico investigó y escribió sobre la historia de los ingleses en Argentina, una historia que se le hizo carne cuando tuvo que exiliarse en Inglaterra y se quedó allí 20 años antes de volver al país y al diario. Él habla de sus años en Inglaterra como un exilio. En 1972 publicó un libro de poemas, “Se habla Spanglés”, donde se expresa como alguien con una patria propia que es la Argentina pero también sus raíces inglesas, una patria a la que le buscó un habla que no es ninguna lengua, una patria hecha de habla con una desfachatez tan argentina que, de puro guapa, se pelea con dos lenguas a la vez. Quería cerrar con la primer estrofa de uno de esos poemas, que habla de una mujer que lo dejó pero en el que yo leo también otra cosa.
“I thought I'd write today
que significa:
hoy pensé escribir,
Which is a subversive thought,
pero hay tanto amor que debo expresar.
So I'll say it
en dos lenguas
So nobody will understand,
igual que el amor, que nadie entiende.”

11.10.11

Lo prometido es deuda


Le prometí a Oyola que iba a traducir la reseña de Kryptonita al español, así que ahí va...

Qué pasaría si...?

Es de noche en la guardia del hospital Paroissien de Isidro Casanova, una parte fea del Gran Buenos Aires. Un nochero (los médicos "extraoficiales" que por unos pesos cubren las guardias de los médicos que se supone están de turno) está por terminar su tercer día sin dormir y no puede pensar en nada más que en ir a casa y tragar un puñado de pastillas que le den un sueño que es cualquier cosa menos lleno de paz. Fue una noche movida pero se está por poner peor: llega un paciente con una herida extraña y varios amigos extraños a la saga. Es Nafta Súper, uno de los criminales más peligrosos de la zona, y sus amigos son los demás miembros de su banda. Se vacía la guardioa de pacientes y médicos, la policía rodea al hospital, y el doctor recibe instrucciones claras:  mantené con vida a Nafta Súper hasta el amanecer o sos hombre muerto. Pero Nafta Súper no es un ser humano común... de hecho, ninguno de sus amigos lo es.
Los "elseworlds" son una afianzada tradición de los comics y las novelas gráficas, una que ubica a héroes conocidos en contextos alternativos (un Batman pirata de capa y espada, Súperman como Tarzán, Linterna Verde en el Lejano Oeste, etc.), y Kryptonita es un tributo declarado a los superhéroes a través de un elseworld muy argentino. Aquí, Nafta Súper es Súperman y sus "socios" son los miembros de la Liga de la Justicia (la Mujer Maravilla, Batman, Linterna Verde, etc.). Hay reconstrucciones de sus historias de vida, y hasta relatos de algunas de sus aventuras más famosas (como la serie de DC de la Muerte de Súperman de 1996), y la representación es precisa hasta con sus rivales y debilidades secretas. Esta es apenas una de las referencias pop de la novela, llena de alusiones al rock/pop de los 80, al a cumbia y a los códigos de la calle suburbana. Eso sólo la convertiría en una rareza en un mundillo literario que sabe más de filósofos franceses que de los pasillos de las villas miseria. Pero para Oyola (el autor de Chamamé, gólgota y Siete y el tigre harapiento, entre otros) es "lo de costumbre": se especializa en historias suburbanas vertiginosas en las que delito, acción y violencia se mezclan con fantasía y mafia, empapadas de un clima hecho de referencias al pop y rock y personajes fuertes con raíces muy profundas en la realidad. Se lo llamó un novelista negro, y ganó el primer premio en la Semana Negra de Gijón, pero su paleta (por más oscura que sea) tiene muchos otros matices.
Y Kryptonita es el ejemplo perfecto, un guiso en el que todos los ingredientes no pueden venir más que de su pluma. La historia es directa (Nafta Súper fue traicionado por su némesis, deben sobrevivir la noche peleando con la policía y demás), pero el hecho de que los personajes tengan "algo más" transforma a la historia en algo más. En el mismo acto, pone de cabeza aquel viejo dilema de la ficción policial argentina, que es negra por definición porque en estos pagos es difícil distinguir a los criminales, los jueces  y el gobierno (un problema sobre el que El secreto de sus ojos y Betibú, de Claudia piñeiro, hicieron foco, por mencionar sólo dos ejemplos recientes y bien conocidos): si esto sucede con los detectives locales, ¿qué le pasaría a un superhéroe argentino? Si sacamos al último hijo de Kryptón de Smallville, ¿va a crecer honrado y defensor de la ley? ¿O escribirá su propia ley? Éste descubrimiento solo, y traer estos temas a un ambiente literario que no tiene un Michael Chabon que ensalce sus héroes pop, hacen que valga la lena leer el libro.
Pero, por más vertiginosas y duras e imaginativas que sean las historias, hay momentos en los que el relato se suelta y se le va de las manos a Oyola, recargando una trama a la que le vendría bien ir derecho y rápido como una flecha con largos desvíos de flashbacks e historias pasadas de los personajes. Los desvíos en sí son atrapantes, el universo ficcional es sólido y las voces que usa para contarlo son interesantes para explorar, pero cuando varios capítulos de 10 páginas nos quitan de la trama principal en un libro de 215 páginas llega un punto en que el lector dice "está todo muy bueno, pero lleváme de vuelta al tipo que se está muriendo en la camilla del quirófano y a los bonaerenses armados hasta los dientes afuera del hospital."
Si el escritor es el padre de la novela, se podría decir que a veces Oyola es un padre permisivo al que le encanta ver las destrezas de su hijo habilidoso y se niega a tirar de las riendas o editar su producción, Y una imaginación desbocada contando una historia salvaje requiere de una mano firme para controlarla y darle forma, o la misma fuerza del potencial narrativo termina por ir en contra de la efectividad de la historia: si Tolkien dejó tantos cuadernos con historias laterales inconclusas de la Tierra Media y Sussannah Clarke extendió el universo de su Jonathan Strange & Mr Norrell en algunos cuentos de The Ladies of Grace Adieu, es porque se dieron cuenta del potencial del mundo imaginario que habían creado pero también de que todas esas historias no cabían en el marco de las novelas (y esos eran libros mucho más extensos que Kryptonita).
Hay que decir, también, que ésta hubiera sido un área para que un buen editor se luciera afilando. Un editor que mereciera ese nombre hubiera ayudado a ajustar los hilos de la narración para que la prosa potente de Oyola y su explosiva imaginación rindieran al máximo, pero, ¡ay! , el trabajo de edición en este libro está al borde de la incompetencia, al punto de horrores de ortografía como "exploción" (página 175) llegaran a la página impresa. Por desgracia, una mirada superficial a otro lanzamiento de septiembre de la misma editorial muestra fallas similares, lo que no habla mal de los autores (los errores ocurren) pero sí del hecho de que alguien en esa editorial no se está ganando el sueldo (están ahí para que esos errores no lleguen a las librerías).
Pero ninguna de estas cosas anula el hecho de que es una novela notable, una que pide a gritos más parentela: si fuera la primera de su clase y se pudiera algún día llenar un estante con historias de calibre similar escritas por Oyola y otros escritores argentinos, yo como lector me daría por contento y la literatura argentina se vería muy enriquecida. No estamos frente a "The amazing Adventures of Kavalier & Klay" de Michael Chabon, ni tampoco a un "American Gods" de Neil Gaiman, pero es un buen primer paso en esa prometedora dirección.
Publicada en el Buenos Aires Herald el 30 de septiembre de 2011

10.10.11

Entrevista con Scott Stoll, un ciclista que dio la vuelta al mundo en 4 años


Soul rider

By: Pablo Toledo
Scott Stoll on riding a bike around the world, writing about it and getting kids to illustrate it
What do you do when everything around you seems to crumble? Break down and cry? Roll downhill? Soldier on? Scott Stoll found an alternative: get on your bike and fall uphill.
Between Christmas and New Year, Scott was faced with a triple-whammy: he lost his job in an advertising agency, his girlfriend dumped him and his best friend eloped, leaving him without the little moral support he had left and half the rent for his apartment. But he seized the moment and took it as an opportunity to ask himself, for real, a question that we often fantasize about: if nothing was holding me back or tying me down, what would I do with my life? And the answer just flashed into his mind: I would ride a bicycle around the world.
A year later, in 1997, he rode his bike across the US to get trained. Four years (and a bad bike crash and serious knee surgery) after that, and only five days before two planes crashed into the World Trade Centre in New York, he and a friend were off on a journey that would take him four years to complete, across 41,444 kilometres (roughly the equivalent of the Earth’s circumference), 50 countries including Argentina and 6 continents. His bike took some serious pounding: 6 broken spokes, 9 welds, 2 snapped chains, 1 mangled derailleur, 2 broken seats, 1 snapped rear cog set, two broken racks and countless flats, some of which he fixed by just plugging the tyre full of mud and leaves. Needless to say, his body took an even bigger beating: he suffered from Facet syndrome (irritation of the joints), a dislocated wrist, a bruised tailbone, sprained knees, heat exhaustion, sunburn, hyper-extended elbows, saddle sores, nappy rash and many other ailments, including a broken heart somewhere in New Zealand.
Halfway down the journey his friend realized that going back home and “settling down” would be a greater adventure for him than completing the ride, but Scott made it to his endpoint in Cape Town and then back to San Francisco to write Falling Uphill, a book about his experience. Then he adapted the book for young adults and children, and got kids from the Poplar Creek Elementary School to do the illustrations. And now the US Embassy brought him back to Argentina (by plane, this time) to meet kids from primary schools across the country so they can talk to him and write the illustrations for the Spanish version of his memoir, due out in December.
The Herald caught up with Scott on a bike ride (where else?) organized by City Hall, which gives this scribe bragging rights for having ridden alongside the guy who rode around the world (I rode 30km on that day, somewhat short of Stoll’s achievement, but who’s counting?).
In the flesh, Stoll is one of the friendliest, most laid-back persons you can meet, like some close relative of Uncle Andy from Weeds. Two seconds into the conversation you realize that he could tell you all about the hardest climb and the longest ride and how to pedal your way through the Andes, up the Himalayas and across the Australian Outback, but that all those things are the bells and whistles of a journey across cultures and into the self that changed him forever.
“I was looking for something, some secret meaning, and I knew it had to be out there somewhere,” he says. He will return to this: “I realized that thing I was looking for, I had carried it with me all the way around the world,” and will talk about the multicultural awareness he earned along the way, about his new perspectives. And you can see that this is no bumper-sticker. If anything, it is a return to those lines by T.S. Eliot, “We shall not cease from exploration / And the end of all our exploring / Will be to arrive where we started / And know the place for the first time.” It makes you wonder if the great Thomas Stearns ever rode a bike...
What was it like to ride out just as the Twin Towers were falling?
I only found out about 9/11 when I called my Mom and she was desperate. When I went to Mexico, all the US citizens were going home, so the Mexicans were very happy to see me, very sympathetic, and they were hurting because all the tourism was gone. I was the only person from the US biking around the world at the time. I know another English man who was doing it at the same time, and he told me he figured out that more people climbed Everest than do what we did.
What was the longest stretch between seeing someone and seeing someone again?
Not too long, because you’re on the road and you see people all the time. I would go months without speaking English – I’d like to think I learnt quite a bit of Spanish, but my problem was the different accents. Sometimes they weren’t even speaking Spanish: they were speaking Quechua and I was thinking ‘my Spanish is horrible’! Australia was very long days, a two-day ride between roadhouses (which is just a gas station and a restaurant). We rode through the atomic bomb testing range, I have a picture in the adult book of the graffitti with three-headed kangaroos.
Do people welcome you more when you are on a bike?
My friend and I always said that a bike is like an invitation, a ticket. US people don’t always get the warmest welcome, but because I was on a bike and I was doing it the hard way I was like a worker, a labourer, one of the people, and everyone really respected that. I was living like they were, sleeping in their places, eating their food, trying to talk their language, occasionally cutting down sugar canes or helping a guy fix a car at the side of the road. It was good, too, because nobody could steal my stuff, everyone knew me and they couldn’t ride my bicycle anyway! I got mugged once, but I didn’t have my bike then. I was in Guatemala. The police said it was ‘the popular thing to do’– I ran from the muggers and they said ‘you’re very lucky, it’s very popular to kill the person they’re robbing if they try to run away’.
What was the landing like when you came back?
I don’t even know where to start, it took me many years to get over from the culture shock. Basically, you could say there was nowhere left to run, you know? I came home and I could see myself like in a mirror, my own culture, and I could see how I was programmed by my culture to see the world a certain way. I realized that the world wasn’t the way your culture programmes it, but also me, my person, my values, my morals, who I thought I was, what I wanted to do... I realized I could be anybody I wanted to be finally, after all those years. It sank in when I went home that this was my life.
So that thing you were looking for when you started the journey, you found it...
Ironically, I found it only by coming home and realizing I had brought it with me all around the world and I wasn’t seeing it! There’s a difference between somebody telling you something and when you do it. I finally understand now that everyday life is your destination. The bicycle is the ultimate metaphor for life. Your dream is like a mountain, and to some people that mountain is so big it looks like a wall – you can’t see the top, you can’t see a way around it. Have faith: eventually, you will reach the top and you’ll have a view that you’ve never had before. And the good and the bad news is there’s another mountain on top of that one. There’s always something; you live one dream, you get another.
Did you write Falling Uphill right after you returned?
I wrote the majority of the book while I was travelling. When I came back I had some offers to publish it and I turned them down, and it wasn’t for another four years that I wrote the last two final chapters. It took me that long to feel comfortable, to put my truth into perspective. It was the difference between standing at the bottom of a hill and then standing at the top looking down and seeing your winding little path all the way to the top.
Would you do it again?
Probably not: I would be a little lonely, my knees would object... probably if I met a woman and she said ‘we have to do this’. If I did it again I would go slower: even riding a bicycle you can go pretty fast, and I think it could take you 8 to 12 years to see the world – probably your whole life! My adventure right now is working with the Embassy and Argentine schools making this book. To me that’s the best thing ever, to take what I learned and give all these people something I wish I’d had when I was a little kid. I didn’t have this understanding or this faith, I didn’t think I could do any of this. If I could just reach a few kids and leave them with this sense that they can do whatever they want to do, then my job is done.
When did you know you were actually going to finish?
Something happened in India, I can’t really say. I met a guru and talked to her and meditated. I was afraid she was gonna tell me ‘you’re gonna have to stay here and chant songs for the rest of your life’... but when I met her I told her what I was doing, about how to me life is about riding up a mountain: you ride to the top and all of a sudden you go ‘swoosh!’ and you relax and you can hear the birds sing, to me that’s what life is about. And she says ‘I couldn’t give you a better answer! Keep going!’ Somewhere around there I started to realize that maybe I hadn’t finished but I’d already arrived. I knew I could do it, and my only question was ‘Do I still want to?’ My friend Dennis started the ride with me and went home after 15 months, he said ‘It’s not worth it, I can have more of an adventure by going home.’ But you get half-way, you’ve gotta go the other half no matter what!
Is Dennis still a friend?
He’s still a friend, I told him I was coming to Argentina and his first question was if I was going to visit Ramiro, in the Chaco, the guy who rescued us from the mud. We were stuck in the mud, moving less than 5 kilometres in one day just pushing our bikes, and he showed up and put our bikes in his truck and then we spent another 12 hours pushing his car home. He said ‘You must think it’s easier to ride a bicycle than drive a truck!’ It was so muddy we had to get out every half an hour and shovel mud and push the truck and get back and slide off the road, we did that for at least 12 hours until we got to his house and he treated us to his son’s bed and all of this food. We met everyone in the community, we stayed for about 5 days until the roads dried and we could ride our bikes again, talked to the schools... it was one of my best moments. Up until that moment we had ridden our bicycles from the US down to Argentina and we would wake up every day and see how far we could get. We were literally struggling to survive, we didn’t know what we were gonna eat and where we were gonna sleep and we didn’t have enough water. But it wasn’t until things went so absolutely wrong that we couldn’t ride or even walk, that we were forced to stop and look around and live with the people and those people happened to be Argentines.
What is riding for six hours a day almost every day for 4 years like?
It boils your emotional baggage to the surface, your challenges in life. I had a lot of time to think and meditate. For me, my trip was not so much about the bicycle but more about how you ride the bike, how you manage life, what life is about – I would think all day about that. That was the good thing about going fast: I knew that if I went slow I would stop and meet somebody and never want to keep going, but I went fast and got my quick perspective of everything. I saw politics, culture, disease, poverty, starvation, the most beautiful and the ugliest and everything in between, and it really gave me my foundation for life and who I am. In the US we live too privileged a lifestyle sometimes, and I didn’t understand that. I saw people die, people who couldn’t afford to live and were still happy and that was a mystery to me, how could those people be so happy when in the US often people are just angry and upset? They need to spend a day when they have to find their own food and water and then they’ll sing a different song!
More information
You can read more about Scott Stoll’s journey at www.theargonauts.com.
Publicada en el Buenos Aires Herald el 27 de septiembre de 2011