17.3.08

El lado ossssssssscuro

El martes pasado me tocó por primera vez ir a cubrir un evento sanguchero como periodista. Hasta ahora venía zafando de ese costado: hice más o menos de todo menos ir a esos eventos organizados por agentes de prensa con personajones y mucha plata de por medio. Pero estoy trabajando en la sección de cultura y espectáculos, o sea que vivo atacado por una andanada de gacetillas y una ametralladora de llamados de agentes de prensa que promocionan desde el espectáculo más excelso hasta el bofe más bizarro e intragable.

De entre esa marejada, elegimos lo más potable y buscamos lo más deseable (los mejores artistas/shows son los que menos prensa hacen: si viene Dylan se vende solo, y en lugar de pedir desesperadamente que venga alguien a darle 5 centímetros de nota se dedican a rechazar pedidos de periodistas desesperados).

Una de las tantas cosas parecía interesante, y allí me dirigí: era la presentación de Epitafios 2, la serie de HBO, e iba a estar todo el elenco, directores, pirulines y pirulones. El randevú era en un hotel 27 estrellas ambientado de lounge, o sea que tres cuartos de la gente estaba parada, y los que no, estaban en unos puffs bajitos incomodísimos.

La fauna era de los más variopinta: noteros/columnistas "estrella" de la tele (llegaron tarde y fueron recibidos con más alharaca que los actores), millones de fotógrafos y cámaras de video que armaron un scrum delante de la tarima todo el fucking tiempo (los que estábamos atrás era como si escucháramos el asunto por radio), gente de gráfica con grabadores digitales modernosos, gente de gráfica con anotado y birome que miraban a los que tenían grabadores digitales modernosos como si fueran retrasados mentales (los periodistas de verdad toman notas, así después se equivocan al citar al entrevistado), algún nostálgico del grabador a casette, gente con cara de pub palermitano que cubría para "amigosdelasestrellas.com", gente que no tenía nada que hacer y tenái un amigo que los puso en la lista por los sanguchitos. Había una enorme proliferación de viejas gordas, de esas que empezaron entrevistando a Zully Moreno y hoy tienen una columna de chimentos en el diario regional de San Nicolás de los Palotes pero se dan aires de decanas del periodismo del especáculo. Había un montón de chicos Merrell con cara de amigos del sonidista, dilettantes cool o estudiantes cholulos de la FUC.

Pero todos tenían algo en común: a nadie le importaba un carajo lo que estaba pasando.

A los periodistas no les importaba la noticia, les importaba que después iban a poder apiñarse con las tres estrellotas del elenco a ver si les hacían una pregunta. A los fotógrafos les interesaba sacar su foto para colocarla en algún medio. A los actores les chupaba un huevo de todo, ellos querían cobrar e irse a casa. A la gente del hotel esa manga de garroneros le rompía soberanamente las pelotas. A los organizadores, les importaba el día siguiente y sacarse de encima a los garroneros, las estrellotas y los chorros del hotel para seguir haciendo guita desde sus oficinas de Miami. Pero en ese día, en ese momento, lo que estaba pasando no le importaba un soto a nadie. Los productores no hablaron de números, los actores no dijeron que habían estado 4 meses negociando cada peso y cada letra del contrato, los directores no dijeron que lo hacen por la guita, los secundarios del elenco no dijeron que a esas estrellitas de pacotilla las querrían asesinar mientras duermen. Todos estaban contentos, muy contentos, fascinados. Hasta los que no les importaba un soto (los actores independientes que se cagan en todo esto de la fama y el dinero pero que igual les llueve algo de fama y dinero) estaban actuando una desidia cool, simpática pero no ofensiva, me quejo pero gracias por llamarme.

Yo puse mi parte: comí un sanguchito, enarbolé mi grabador y mi anotador, escuché pavadas y cosas interesantes, dí de baja mi lugar en la cola para hablar con las estrellotas y me fui a entrevistar a los guionistas del programa, hermanos, copadísimos y dos personajes increíbles.

A la salida daban cotillón: una carpeta con toda la info necesaria para escribir una nota sin saber de qué pitos se hablaba, un CD con eso mismo en Word (para copypastear) y unas fotos, y un pendrive como regalo. El regalo ya era como demasiado: sabemos que esto es una cagada, sabemos que nadie quiere estar acá, sabemos que el corazón del acontecimiento está en otra parte, así que les pagamos para que vengan y hagamos como que esto importa.

Y, si les preguntás a los que fueron, te dicen que son periodistas.