18.3.13

No al feriado de Francisco


Traducción del comentario publicado en el Buenos Aires Herald el 18/3/13 sobre la decisión del gobierno porteño de suspender las clases en todas las escuelas de la ciudad el día de la entronización del papa



El viernes por la tarde, el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires decretó que todas las escuelas porteñas cierren mañana por la mañana por la ceremonia que consagrará a Jorge Bergoglio como Papa Francisco. Cita como razones que “la Ciudad considera que la elección del papa Francisco es uno de los acontecimientos más importantes que se han producido a lo largo de toda la historia argentina y que excede, largamente, el fenómeno religioso”. Agrega que “se han sumado a esta alegría todos los argentinos de buena voluntad en un arco que integran con igual fuerza y valores los católicos y los no católicos, los creyentes de cualquier credo o religión y los que no profesan ninguna”.

No se mencionan autoridades responsables de la decisión, pero el intendente Macri usó la frase “acontecimiento más importante de la historia argentina” para referirse a la elección de Bergoglio, y nadie en su sano juicio tacharía el nombre del ministro de educación Esteban Bullrich, que tiene lazos activos con grupos católicos, de la lista (no por su filiación religiosa, sino principalmente porque fue con su firma que escuelas públicas y privadas recibieron la orden de cerrar el martes por la mañana).

La decisión revierte definitiva e innegablemente uno de los tres principios fundamentales sobre los que se construyó la educación argentina. En 1884, la Ley 1420 estableció sin lugar alguno a dudas el deber del Estado de garantizar una educación gratuita, universal y laica. Eso resolvió un acalorado debate sobre el rol de la religión en las escuelas, dándole la victoria al bando de Domingo Faustino Sarmiento.

En un brevísimo resumen, un Congreso Pedagógico en 1882 había afirmado que “la educación universal es en esencia católica”. Sarmiento contraatacó recordándoles que, por más que la constitución nacional sancionada un año más tarde decía que el Estado argentino financiaba y sostenía el culto católico, “las escuelas no son el culto; luego las Escuelas no son católicas, aunque sean cristianas, como que la Constitución actual no se ha dictado para católicos solamente. (…) La declaración propuesta por los demagogos ultramontanos, es pues una violación flagrante de la Constitución y de las leyes, un retroceso a los tiempos anteriores a la Constitución, un robo en provecho propio de las rentas pagadas por todos para el beneficio y provecho de todos, y un acto de tiranía disimulado con las formas de la religión”

En el Herald, un diario que nació gracias al llamado a la migración y la integración que Sarmiento concretó durante su presidencia, no es necesario explicar qué tan importante es este principio. A un lector angloparlante no es necesario recordarle que no toda persona es cristiana, y que no todo cristiano es católico. Quienes conocen principios como la separación absoluta de Iglesia y Estado no necesitan que les digan qué tan importantes son para la existencia de una sociedad abierta, inclusiva, libre.

El intendente Macri y todo su gobierno, en cambio, acaban de prenderle fuego a este pilar de nuestra democracia, y de paso desandaron 141 años de progreso en ese sentido. Mañana, cuando escuelas estatales que deberían ser 100% libres de toda religión y escuelas religiosas de cultos no católicos (protestantes, judías, musulmanas, hay muchas para elegir) no puedan abrir sus puertas por orden del ministerio, Buenos Aires será una ciudad menos libre, menos inclusiva, menos democrática.

Y el argumento de que es un “acontecimiento histórico” y de que “se han sumado a esta alegría todos los argentinos de buena voluntad” empeora las cosas aún más. Sí, un porteño fue elegido para uno de los cargos más importantes del mundo y tendrá (al menos en teoría) poder absoluto e incuestionable sobre miles de milloens de católicos a lo largo y ancho del plantea... ¿pero qué les importa eso a quienes no son católicos? ¿Es excusa suficiente para pasar por alto la Constitución, que en 1994 tachó el requisito de que el presidente fuera católico y removió así uno de los últimos lazos legales entre el Estado y la religión en nuestro país? ¿No fue el gobierno de esta ciudad el que protestó airadamente contra la (errada) suspensión de clases durante los partidos de la selección nacional en el mundial de fútbol? ¿Cómo creer que esto no se trata de religión y de catolicismo? ¿Cómo creer que esto no excluye a todos los demás? ¿Cómo decir que esto no proclama que Buenos Aires es una ciudad católica y al cuerno con todos los demás? (por si no hubiera quedado claro el mensaje con la enorme bandera del Vaticano flameando al lado del Obelisco...)

Y lo más preocupante es que mañana es sólo el comienzo. El Papa Francisco visitará Buenos Aires en el futuro cercano: ¿y entonces qué? ¿Escuelas cerradas, feriado bancario, asistencia obligatoria al acto? Y en los muchos años de su reinado sobre el mundo católico, ¿cuántas más de éstas nos esperan? Sería una exageración decir que esto le abre la puerta al creacionismo en las aulas, pero existe una línea punteada hacia ese futuro que no existía antes de que se anunciara esta decisión.

Esta decisión es errada. Esta decisión no es democrática. Esta decisión no es coherente con lo que son la Argentina y Buenos Aires, la puerta de entrada de los millones de inmigrantes que construyeron la nación. En cualquier país que se llame a sí mismo república esto sería un escándalo y le costaría el cargo a alguien (si el cardenal estadounidense Sean O'Malley hubiera sido electo papa, ¿sería posible imaginar escuelas públicas cerradas en Boston, su diócesis, y Lakewood, Ohio, su pueblo natal?). Los católicos son mayoría en Buenos Aires, aunque las cifras no son del todo claras (una inmensa mayoría de porteños se definen como católicos o han sido bautizados, sólo un tercio de ellos concurren regularmente a la iglesia o dicen seguir los preceptos): así y todo, con que hubiera una sola persona que le rindiera culto a un dios distinto de una forma diferente, o un solo ciudadano que no creyera en ninguna deidad, esta medida sería el primer paso en el camino que lleva de ser una minoría a ser una minoría oprimida. Imponer una celebración de algunos a todos e implicar que quienes no se suman no son “argentinos de buena voluntad” es inadmisible. Y nos pone en una pendiente resbaladiza de la que no conocemos el fondo.

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