11.4.07

Arte subterráneo

El Washington Post hizo un experimento interesante: ¿qué pasa si ponemos a uno de los mejores violinistas del mundo a tocar algunas de las mejores obras de música clásica con uno de los mejores instrumentos jamás construidos, pero en vez de hacerlo en el escenario de una sala de conciertos lo hacemos en el subte, a la hora en la que la gente está más apurada? ¿Se van a parar a escuchar? ¿Va a haber alguna diferencia con los cientos de otros músicos que a esa hora tocan en los pasillos de los subtes? ¿Alguien le va a decir "pibe, sos un genio, deberías tocar en el Colón"? ¿Le van a tirar algún billete?

Bueno, los resultados están acá (aunque bastante mal escritos, Washington Post y todo lo que quieran pero el estilo es insoportable, como si lo contara una nena de 7 años) y son previsibles. Pero da para pensar:


- El experimento es interesante por los prejuicios naturalizados que muestra, lo demás es cháchara.

- Gran músico, grandes obras, gran instrumento: todas esas grandezas son relativas a sistemas de valores. Para un chico que se pasa la vida escuchando rap, esta música es inaccesible o inapreciable - no en términos peyorativos, sino que no tiene criterios para juzgarlo. La apreciación depende de la familiaridad: ciertos estilos resuenan con algo en la persona, sí, pero el goce y la comprensión dependen también de cuántas obras similares haya en el repertorio mental para comparar. Los que reconocieron instantáneamente de qué se trataba, oh casualidad, habían estudiado violín o tenían un interés en el género. Me pongo de ejemplo: hace un año me interesaba la música irlandesa "genéricamente" y la escuchaba como una melodía agradable; hoy, reconozco muchas más cosas dentro de las mismas piezas, y tengo una opinión mucho más formada sobre qué me gusta y qué no. Resultado: lo que me gusta me gusta mucho más, y si Paul Brady, John Doyle o Kevin Burke se paran a tocar en la esquina de Florida y Corrientes disfrazados de coyas no me voy a mover de la baldosa por más que pierda el laburo.

- Déjense ya de romper con ese argumento pútrido de que el que no reconoce instantáneamente la excelsitud de la "música clásica" es un imbécil retardado. Hay gustos diversos. Hay gustos adquiridos. Hay contextos culturales y hasta usos de la memoria de corto plazo y la concentración (Winton Marsalis dijo en un documental que hoy en día no hay hábito de escuchar ideas musicales complejas que se desarrollen en un tiempo que supere los tres minutos: la canción pop AABA redujo la memoria musical a 30 segundos, una secuencia de cuatro notas, estribillos pegadizos, y olvidate de concentrarte 40 minutos para ver cómo Bach hace jueguito con las mismas 4 notas en las Variaciones Goldberg).

- En los conciertos, la gente aplaude más fuerte cuando la banda EMPIEZA a tocar el hit que cuando TERMINA de tocarlo. El reconocimiento es más fuerte que el goce de la obra. Si hubiera tocado los grandes hits en versiones Il Divo, ganaba más plata de cajón. Grandes hits que, oh casualidad, son frases simples y pegadizas extraídas de obras más largas ("Pan pan es de Sacaan", la melodía de la Oda a la alegría, el chachachachaaaaan de la Quinta Sinfonía). Lo único que funcionó en ese sentido del repertorio de este pibe es el Ave María, y hasta eso es demasiado lento. Con un mejor repertorio hacía capote.

- En un teatro la gente se hace 3 horas (e invierte unos cuantos morlacos) para sentarse a escuchar una sinfonía que le llene 3 horas de su vida. Están sentados, están concentrados en los músicos y en nada más, no tiene nada más que hacer. En un subte, a la hora pico, pasa todo lo contrario. Es como la discusión de novelas de mil páginas contra cuentos de mil caracteres: cuando no hay tiempo ni energía para una maraton, habrá que conformrse con caminar dos cuadras a paso vivo. En ese sentido, la canción pop de 3 minutos que da 3 ideas musicales y nada más (verso, estribillo, puente; sin variaciones significativas de ritmo y sin sorpresas armónicas) no provocó el fin del mundo sino que se adaptó al mundo en que vivimos. Y dejémonos de hinchar, cuánta música barroca se compuso para que la gente tuviera un ruido de fondo amable mientras cenaba en los palacios.

- Sí, es cierto lo que dice el artículo: estamos demasiado ocupados. Pero todas las épocas tienen su banda de sonido, y por eso la música cambia con el tiempo y es distinta en cada lugar. Música ruidosa, acelerada y breve para tiempos ocupados. La culpa no es del chancho, y tampoco necesariamente del que le da de comer en este caso.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Qué curioso, a mí también me llamó la atención este experimento. Mucho. Y me sorprendió que lo primero que dijo el violinista es que debería seguir pagando a su agente...