24.4.10

O brave new world, that has such people in it

Un excepcional artículo en New Yorker (cosa que no sorprende a nadie) acerca de cómo tres velocirraptors tecnológicos rondan las ovejitas escleróticas con tufo a adrenalina de las grandes editoriales yanquis de libros, con acuerdos y modelos de negocios que se van a llevar arrastrados a todos los demás y que en diez años van a ser la norma: o sea, lo que negocien esos cinco grupos editoriales con Apple, Google y Amazon va a ser el futuro del negocio de la edición digital, o por lo menos de la variante de mercado (sin ir más lejos, Planeta y Mondadori en Argentina son parte de dos de esos grupos, así que el futuro ya llegó).

En el artículo mencionan a Jason Epstein: si las editoriales le hubieran hecho caso, si le hicieran caso, no tendrían que sentarse ahora a una mesa en la que van a pasar de invitado a pato de la boda sin darse cuenta. En el medio, los autores de esos grupos, las librerías y los lectores (que van a seguir teniendo libros, pero está por verse en qué formatos, a qué precios y por qué canales). Google, que hasta hace seis meses era el Anticristo, ahora es amigo. Amazon, el viejo aliado, ahora es malo, malo, malo. Apple, que no quería saber nada del asunto, ahora es la salvación. Los editores la ven pasar como en partido de tenis, y van como pollos sin cabeza en el escenario donde Kiss se puso los borcegos de metal.

La parte buena de todo esto es que, por más que lo intenten, cualquier modelo de distribución de contenido digital tiene menos barreras económicas para los editores pequeños o los autores que los modelos de papel tradicionales, o sea que las oportunidades por fuera de esos gigantes se van a ampliar. Es mejor todavía que el caso de las bandas y las discográficas, porque la producción de un disco es cara y necesita, para sonar profesional, de mucha más plata que la que sale diagramar y editar un buen libro (escribirlo ya es otro tema), y lo que hoy complica a las editoriales más pequeñas es el acceso a la impresión y la logística de distribución, lo que más plata cuesta.

Hay una vieja metáfora de la edición como una caja llena de esferas: las editoriales grandes ocupan mucho espacio pero a los costados quedan huecos, los huecos ocupados por las editoriales más pequeñas. Con esto se agranda la caja, o se achican los grandes, o dejan entrar a otros tres que les van a morfar el negocio grande y que van a abrir puertas para los pequeños. Apple será una cagada en sus modelos de distribución de contenido, pero los desarrolladores chicos para iPhone tienen el mismo acceso a todos los aparatos a través del App Store que tienen los grandes: ese modelo, aplicado a la edición de libros, significa oportunidades enormes para las editoriales chicas que sepan aprovecharlo, y que se concentren en hacer buenos libros y promoverlos bien por canales más accesibles y, potencialmente, efectivos. Y si Google cumple con lo que anunciaron de aprovechar lo escaneado en Google Books y distribuirlo como impresión sobre demanda, ahí hipoteco mi casa y compro un taller de edición digital con librería en el frente, una librería que venda todos los clásicos del mundo en todos los idiomas del mundo, millones de libros que se imprimen en minutos, y libros de editoriales de todas partes (académicas a carradas, algunas literarias, miles de ediciones de autor, todas las editoriales independientes argentinas que se quieran sumar, etc.): que se vendan los libros de todas partes, están los de la Luna y los de Marte.

Pero mientras tanto, el artículo del New Yorker les cuenta de las gallinas que le abrieron la puerta del gallinero a los lobos que ya están calentando el caldo. Bon appetit!

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