Acaban de publicar en la Argentina la primer traducción al español de 7 Kinds of Ambiguity, un libro de William Empson que revolucionó la crítica literaria inglesa y definió a generaciones enteras de lectores y autores... de 1930 en adelante. Digamos que a 76 años el interés es más antropológico que literario, porque cualquier lector interesado o lo había leído en inglés (es un clásico absoluto del New Criticism, padre intelectual del estructuralismo británico y de autores como David Lodge, tanto en su obra de ficción como en su trabajo teórico) o había descifrado el contenido por las referencias en los trabajos de la gente que lo citaba.
Pues bien, en Gawker publicaron un post sobre las 7 clases de inutilidad de los encargados de prensa de las editoriales. Mal de muchos consuelo de tontos, dicen por ahí, pero de todas formas es reconfortante saber que no sólo en Argentina el área de prensa es una de las más descuidadas o peor atendidas de las editoriales (no en calidad de recurso humano invertido, porque son gente amabilísima y bastante querible, pero sí en resultados). La prensa o no que obtenga un libro a menudo depende más de los contactos del autor en los medios que de lo que la editorial haga o deje de hacer, y muchas veces la respuesta a los reclamos es "nosotros le enviamos el libro a X, Y, Z y Q": cierto, es una batalla perdida con el ego herido del autor que no puede creer que el sol siga saliendo por el este tras la publicación de su opus, pero también es cierto que la definición de lo que significa difundir una obra literaria con la que trabaja la mayoría de la gente involucrada en el área es estrecha y bastante pasada de moda (Internet es un misteio, las lecturas en público, charlas y demás -elementos indispensables, por ejemplo, de la promoción en otros países, de ahí el book tour del que tanto reniegan los autores sajones- recién ahora entraron medio de costado al mapa sólo a veces sólo para algunos autores, etc.).
Lo que las editoriales no terminan de entender es que, en la era de Internet, el trabajo que una editorial le puede ofrecer a un autor y que al autor le costaría mucho hacer por sí mismo es:
a) edición en sí (si no el auytor tendría que contratar un corrector)
b) distribución (a ningún autor es le abren las puertas de la distribución comercial)
c) promoción
d) gestión comercial (los escritores tienden a ser malos contadores)
Si a es delegable fácilmente, y b y d se pueden resolver trabajando en cooperativas (o publicando en Internet, donde las opciones son cada vez más numerosas y más simples) o pateando la dura calle hasta lograrlo, resulta que, si yo tuviera una editorial, me pondría las pilas con c, porque sin eso resulta que mi negocio se achica bastante...
Y en eso pecan tanto las editoriales grandes como las pequeñas, aunque en las pequeñas suelken tener un manejo mejor de la promoción y bastante peor de la distribución. El resultado son esos libros que aplauden de pie en los suplementos culturales pero que sólo se consiguen de 3 a 4 de la tarde en una librería perdida de Palermo Hollywood, y que nunca llegarán a los estantes de las cadenas o librerías "no especializadas en cosas difíciles".
Media pila, gente.
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