6.5.07

Lado B: Adrián

Después de un silencio (de posteo pero no de escritura) vuelven los Lados B. Curiosamente, la frase "Lado B" la escuché o leí al menos 4 veces en el úiltimo par de semanas: saben los lectores de Lo Parió que aquí lo dijimos primero. Que no se cuelguen de mis gónadas, diría Moria Casán.
Sin más prolegómenos, un nuevo Lado B aquí y en Derrames.

Dos veces al año viaja a Miami a comprar ropa, y hace que su secretaria llame a todos los periodistas de espectáculos para que no se olviden de mencionarlo. Pero se cuida bien de que no haya ninguna cámara presente cuando llega al hotel todas las noches cargado de bolsas de las tiendas de descuento especializadas en prendas falladas y saldos de la colección anterior. Para el hijo que tuvo con su ex mujer elige juguetes caros, para la hija que ella tuvo con su primer marido lleva ropa de marca y para ella lleva alguna prenda de la última colección de Victoria’s Secret que puedan disfrutar juntos en los fines de semana que niegan ante la prensa.

Antes se quedaba en un hotel de tres estrellas barato que le había recomendado un primo, hasta que un actor le dio una copia de las llaves del departamento que había comprado con los sueldos que él le había pagado. Cada vez que entra se dice que en realidad debería haberle pagado menos así el que se compraba el departamento era él. Pero después piensa en los impuestos estadounidenses, en el fastidio de los aeropuertos (especialmente cuando el personal de tierra no accede a canjear su boleto de clase turista por un lugar en primera), en el escándalo que le armaría su contador, y se convence una vez más de que es mejor que otro pague el mantenimiento, y de que en todo caso los favores con que retribuye el uso del departamento no salen, en última instancia, de su bolsillo sino de los de aquellos que compran sus productos.

En las tiendas de marca, cambia las etiquetas en los productos de la nueva colección por las que indican precios de saldo. Su ex mujer fue la que le enseñó el truco, pero las primeras veces en que lo intentó terminó en las oficinas de seguridad de tiendas a las que ya no puede entrar. Después de esos errores de principiante aprendió a buscar las cámaras de vigilancia, a elegir etiquetas con precios bajos pero creíbles, a quitarlas y volverlas a colocar sin que queden evidencias, a elegir los cajeros más ocupados y menos expertos, a hacerles algún comentario para distraerlos cuando están por agarrar las prendas. Está orgulloso de las únicas actuaciones en las que sabe que las cosas salieron en verdad bien, las únicas en las que las personas que lo evalúan no son de alguna forma sus empleados, y por eso se viste con esa ropa cada vez que va a algún lugar en el que pueda haber fotógrafos.

Chequea su correo electrónico desde las computadoras de una biblioteca pública. No llama por teléfono a su casa. No visita museos. La primera vez que viajó solo hizo un tour en el que le mostraron las casas de las estrellas de cine. Como no entiende las películas sin subtitular de la televisión y detesta los programas del canal latino de Miami, compra DVDs pirata en la calle que ve en el departamento y que al volver a Buenos aires regala a la muchacha que le limpia la casa. Si algún turista lo reconoce finge que es otra persona, pero en realidad se alegra de que lo reconozcan. No lo reconocen muy seguido. Come en puestos de la calle, o recalienta comida para llevar en el microondas del departamento. La última noche de cada viaje se convida con una cena en algún restaurante con vista al mar, y si está de ánimo paga por compañía. Casi siempre está de ánimo.

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