10.5.07

Lado B: Nazarena

Recuperando el ritmo, vamos con otro Lado B (también disponible en Derrames).


Natural no es. Quince minutos de maquillaje para salir a la calle a cara lavada, dos horas de producción antes de cada sesión de fotos, tres cambios de vestuario para las veces en las que la agarran con lo primero que encontró. Pero eso, que sea natural, está entre las tantas cosas que no le piden. Nunca se esperó nada de ella, pero ahora se esperan tantas cosas más y tantas cosas menos que ya perdió la cuenta: a veces actúa como si el mundo dependiera de sus caídas de ojos, otras como fuera impune e invisible; a veces actúa los caprichos de una reina, otras llora las desgracias de la última de las sirvientas. Los escándalos la encuentran con la misma facilidad con que sale a buscarlos, y ya tomaron vida propia. Aprendió a hablar en titulares de revista, y también a hacer propias las frases que le habían inventado cuando sus fórmulas no alcanzaban. La sorpresa la abandonó hace tiempo, por más que camine entre los estragos de sus acciones como si descubriera con cada paso alguna extraña suerte a la que está destinada.

Al principio guardaba en una carpeta los recortes de las notas en las que la mencionaban, aunque más no fuera como una de las personas que estaban al fondo de la foto que protagonizaba alguien realmente famoso. Hoy paga un sueldo todos los meses para que alguien rastree y organice sus apariciones en los medios, y apenas si tiene tiempo al final del día de revisar la lista de titulares que le acerca su asistente. Sabe, por más que no se lo reconozca ni a sí misma, que en los largos años que sigan al estallido en el que ahora se consume se alimentará de cada una de las líneas y las imágenes con las que ahora se satura: una foto sobreexpuesta que se decolorará cuando llegue su momento, no hacia los tonos naturales que ella desearía sino hacia alguna versión fantasmal del blanco y de la extinción.

Pero hay otro motivo por el que sus ojos no se desprenden de la próxima oportunidad de mostrarse, y la siguiente, y la que venga después de aquella. Detrás de su cuerpo trabajado por el deseo de ser otra persona, dentro de las horas muertas llenas de todas esas cosas por las que sacrificó tantas horas, está el recuerdo de las noches en la que durmió sola, fea, despojada. Cada una de sus palabras de hoy conjura la desolación de los momentos en los que algún hombre la había abandonado alguna vez más, en los que los hijos por los que hoy se desvive eran una piedra alrededor de su cuello, en los que se vio igual a su madre y a sus tías y a todas las viejas gordas pobres solas feas de las que ella se había escapado, ella que por no ser ninguna de esas cosas había terminado siendo menos que nadie, menos que nada, la sombra de personas que tampoco llegaban a nada y que la dejaban en mitad de su camino a algún éxito mediocre para buscarla cuando ya descendían a un fracaso moderado, ella que sólo imaginaba un camino imposible hacia una cumbre inexistente y que para lograrlo se había vaciado hasta ser sólo éso, nadie y vacía.

Noches solas y feas y despojadas junto al cuerpo borracho de algún hombre que había llegado tarde y sin saludarla, hasta que una más de esas tantas noches decidió que sería la última, y se arrancó la ropa y hizo con ella una pelota de trapo, un nudo, una muñeca, y a ese amasijo de tela le puso su nombre, y lloró en silencio, y se encerró en el baño para golpearlo contra las paredes y ahogarlo contra su pecho y llorar más aún, para desanudarlo y hacerlo jirones y ver cómo se iba junto con el agua que hacía correr una y otra vez.

Y entonces, ya nadie, pudo llamar al único periodista que recibiría su llamado para ofrecerle lo único de ella que le podía interesar, y entonces las fotos con las que comenzó a darse forma, y las palabras con las que se moldeó a esa imagen, y la chica del momento que sólo está en el momento, y la perfección con la que se convirtió en una burla de sí misma. Entonces el fin de las noches, convertidas en una sola fiesta en la que se rodea de ojos y de cámaras para los que actuarse, un momento constante que intenta sostener por un segundo, un día, un poco más, algo más, porque sin eso qué, de vuelta a qué, quién y cómo, sin otra cosa que las cenizas de sí misma, sin más que un puñado de tiempo en las manos para llorar el tiempo que se le escapa entre los dedos.

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