Tarde pero seguro, terminé de leer
Jonathan Strange & Mr. Norrell, de Susanna Clarke. Son 750 páginas grandes e incómodas a propósito (ya hablé antes del formato del libro: es imposible de transportar, y en formato paperback/pocket el libro estaría cerca de las 1.000 páginas).
La novela es MARAVILLOSA. Es un placer leerla, está bien contada, bien investigada, bien armada, los personajes son buenísimos, las historias cierran, las ideas se le caen de las manos, tiene buen humor cuando lo necesita, da miedo en las partes indicadas, tiene vueltas de tuerca cada 10 páginas y, sobre todo, un mundo narrativo denso y consistente. En el mejor estilo de las novelas de fantasía, inventa sus propios sistemas (el hecho de que la novela se los tome con soda y les ponga buen humor los hace bastante menos molestos que otros ejemplos en los que el autor les hace notar a los pobres lectores todo el trabajo que se tomó para darle un
back story a su mundo narrativo); en un guiño hacia la biografía y la novela histórica que quieren tanto los ingleses, tiene millones de anclajes con la "historia verídica" de Europa que le dan una profundidad extraña y por momentos bastante perturbadora (uno empieza a dudar de si la posta la cuenta el manual de historia o el libro de esta mujer).
Más o menos en paralelo leí en "versión final"
Ravonne, de Julian Urman, editada por
Hojas de Tamarisco. Nada que ver con Susanna Clarke, pero insisto en lo que dije antes: la libertad de Urman a la hora de escribir, la manera de contar y las historias que cuenta no las tiene nadie. Ravonne es un animador infantil en decadencia luego de descubrirse que disfrutaba violando a sus jóvenes televidentes: varios años después, dueño de una rotisería, su ex-mujer estrella de telenovelas, sus empleados y un submundo de personajes paratelevisivos y subsociales arman una barahúnta de aquellas. Indefinible, incomparable (en el sentido objetivo: difícil de compara con nada de lo que se está escribiendo ahora, sobre todo porque mezcla temas trash con una narración de primera) y perfectamente ejecutado. Dirían los ingleses,
a great read. Como con la mayoría de las editoriales independientes, para conseguir el libro hay que ir a las tres de la mañana a un kiosco de diarios de la zona de Bernal, o a alguna librería de Palermo que de afuera parece una galletitería que vende pañuelos, pero vale la pena tomarse el trabajo.
Ahora, estoy por la mitad de otra novela muy distinta, pero sublime en lo suyo también: American Gods. Neil Gaiman es uno de esos que se dan una vez cada tanto, capaz de romper todos los prejuicios con joyas como las Historias (con mayúsculas vendría a ser como lo opuesto a "historietas"...)
Sandman y después a cagarse de risa de todo con
Good Omens (con Terry Pratchett, otro autor que si hubiera nacido en la Argentina se le reirían en la cara pero que tuvo la suerte de vivir en tierras de lectores menos pacatos donde las novelas de
Discworld son bien recibidas) o a romperla completamente con sus cuentos y novelas de hadas perversas y mundos paralelos alucinantes (
Stardust, Neverwhere, Smoke and Mirrors).
American Gods tiene una premisa genial: qué pasó con todos los dioses y espíritus que trajeron al continente americano todos los inmigrantes, ahora que nadie se acuerda de ellos, y quién vendría a tomar ese lugar en la actualidad. En el medio, la novela recorre el submundo estadounidense no hollywooodense. O sea, una mezcla de la "gran novela americana" con el
fantasy con la épica clásica, sólo que los dioses ahora son viejos pobres decadentes con muchos recuerdos de tiempos mejores. Está escrito, valga la redundancia, como los dioses.
O sea: la estoy pasando bomba.