Scott Adams es el creador de Dilbert, un (frecuentemente) muy divertido comic sobre la vida en las oficinas y los quemados que allí laboran, y que dlilgentemente transform{o en una megaempresa que cubre todos los rubros (merchandising, serie de televisi{on, website, blog, libros, ciclos de conferencias y cuanto piringundín se pueda hacer).
Resulta que el tipo tiene, desde hace 18 meses, disfonía espasmódica. La disfonía espasmódica es, básicamente, una contracción de los músculos del habla cada vez que una persona va a hablar, o sea que sale un susurro o una voz ronca o directamente nada. Esto no es muscular , sino neurológico: el cerebro le dice a los músculos que se cierren. Como toda cosa neurológica, es un enorme misterio. Nadie sabe de qué la va esa cosa que llena nuestro cráneo, cómo funciona, por qué, o por qué deja de funcionar. De repente, tenés una infección en la laringe y tu crebro se olvida de cómo hacer para hablar. Parece un chiste, pero no: es como esas películas en las que algún psycho killer le da anestesia a sus víctimas y las va destripando de a poco, mientras las personas están concientes pero incapaces de hacer nada. Vos querés hablar, sabés lo que vas a decir, sabés que podés hablar en otras situaciones, pero simplemente te resulta imposible. Scott Adams puede dar una charla ante un público de miles de personas sin problemas, pero se baja del escenario y no puede ni preguntar dónde queda el baño: no le sale la voz, la garganta se le contrae.
No es una tara personal: los tartamudos, por ejemplo, no necesariamente se traumaron de chicos. La cabeza les funciona así. Oliver Sacks escribió varios libros relatando justamente eso: casos clínicos reales de personas a las que el cerebro les hace cortocircuito de maneras inexplicables, inevitables, irreparables. En el festival internacional de teatro de Buenos Aires, en el 97 o 98, un grupo inglés puso una obra IM-PRE-SIO-NAN-TE basada en sus textos que se llamaba The man who took his wife for a hat: eran escenas breves en las que representaban esos casos, y por momentos era gracioso o poético pero mayormente te dejaba muy desprotegido, como esa línea de Pink Floyd que dice there´s someone in my head but it´s not me. El título viene de un tipo que veía a su mujer y la "leía" como otras cosas. Terminó pegándole una patada en la cabeza porque su cerebro le decía que era una pelota. Otro caso que cuenta en uno de sus libros es el de un "chico descarriado" que deja el sexo, las drogas y el rocanrol y se interna en una comunidad budista. Se mete cada vez más en la meditación, y alcanza niveles de serenidad y desprendimiento que hacen que los otros monjes lo vean como un iluminado, además engorda y pierde el pelo, pasa días sin hablar con nadie, tiene un carácter completamente impasible. Pero no había alcanzado el satori, sino que tenía un tumor en el cerebro. Sólo que esos síntomas también eran los de un estado zen absoluto. ¿Era el Buda reencarnado o eran los síntomas de un enfermo? ¿Es posible distinguirlo? ¿Dónde termina la máquina química del cerebro y empieza la personalidad? (un acercamiento a esta última pregunta, en la anteúltima y -para variar- brillante novela de David Lodge, Thinks...)
Pero volviendo al tema, la disfonía espasmódica de Scott Adams no tiene cura. El tratamiento es paliativo, y de formas muy violentas. Les pueden inyectar botox directamente en la tráquea (clavándoles la aguja en la garganta en el mejor estilo película de terror) para que el músculo no reaccione por unos días, o directamente cortarles quirúrgicamente el nervio que controla ciertos músculos de la zona. En el mejor de los casos, se logra que hablen con voz ronca o en susurros.
Bueno: se curó. Lo más interesante no es el qué, sino el cómo. De golpe descubrió que podía repetir una rima y hablar rimado, y al decir el versito "el cerebro se le reconectó". Pudo volver a hablar, de un momento al otro, como si nunca le hubiera pasado nada. Sin pastillas, sin tratamientos, sin ejercicios, sin nada más que dos versos rascosos de una rima infantil.
Muchachos: el arte cura. Posta. Vaciemos los hospitales y pongamos más bibliotecas. Vamos a las terapias intensivas a recitar sonetos hasta que peguemos la línea justa para cada problema. Y, con un poco de suerte, hasta encontramos el haiku perfecto para bajar de peso...
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